Polémica, remontada, suspense, amenazas… y al final ganó Biden. Las elecciones presidenciales de 2020 en Estados Unidos han sido fieles a esa regla tan yanki de que el espectáculo es lo que importa, dando más espectáculo que nunca, pero el resultado ha sido el mismo que apuntaban las encuestas desde hacía meses: victoria del demócrata Joe Biden y su segunda de a bordo Kamala Harris. A ello se suma la mayoría demócrata en el Congreso y la probable republicana en el Senado, lo que augura, como es habitual en los USA, dicho sea de paso, un equilibrio de poder bastante delicado y poco favorable a decisiones revolucionarias, que por otra parte no abundan en la política de Washington.
Como es norma desde que Estados Unidos es una superpotencia, tras cada elección presidencial los demás países nos preguntamos cómo nos va a afectar la presencia del nuevo inquilino de Pennsylvania Avenue al resto del planeta. Y con mayor motivo en un contexto en el que, por primera vez desde hace tres décadas, el nuevo presidente de los EEUU no asume el mando de una potencia hegemónica a nivel mundial.
De hecho, el proceso de decadencia de la hegemonía estadounidense viene de más atrás. La propia victoria de Trump en 2016 es consecuencia, entre otros factores, de la crisis económica de EEUU, provocada por el avance progresivo de la economía financiera en detrimento de la productiva, deslocalizada esta en el sureste asiático. Trump propone un repliegue proteccionista y una relocalización (en esto hay que reconocerle que ha sido un pionero), y eso le valió el voto de mucha clase obrera blanca afectada por la desindustrialización.
Pero, aunque a la interna la economía yanki no ha ido mal hasta principios de este año, Trump no ha logrado reducir las tasas de pobreza (creo que tampoco lo pretendía, este tipo de gente odia a los pobres como ya sabemos). Y a la externa, la perdida progresiva de poderío del dólar se ha acentuado en estos cuatro años en beneficio del yuan, y el ascenso de China al estatus de primera potencia económica es inevitable.
EEUU se encuentra inmerso en una Trampa de Tucídides con China: una potencia hegemónica en declive frente a otra en ascenso. ¿Como puede resolverse esta trampa? Normalmente a través de una guerra (que no tiene por qué ser militar). Y de esa guerra pueden salir tres escenarios. Uno, victoria de la potencia declinante y reafianzamiento de su hegemonía. Dos, victoria de la potencia ascendente y el consiguiente reemplazo como nueva potencia hegemónica. Tres, coexistencia más o menos forzada.
Personalmente, creo que el escenario uno es ya imposible. China será la nueva potencia mundial mas pronto que tarde, y ante eso EEUU puede optar por tres vías. La primera, admitir su declive y adaptarse a la nueva situación, conservando parte de su poderío (que no es poco) y manteniendo una actitud colaborativa con los nuevos amos del cotarro, los chinos. Es lo que hizo Inglaterra tras la Primera Guerra Mundial. La segunda, hundirse y pasar de superpotencia a país de segunda división. Es lo que hizo España en el Siglo XVII. La tercera, hundirse y llevarse al mundo occidental por delante con ellos.
Parecía, a la luz de sus actos, que Trump prefería la tercera. De ahí
que haya estado alimentando- con dinero y con asesores, al estilo
americano- una suerte de Interterror Ultraderechista que auna a las
milicias supremacistas blancas de Michigan, a los Gobiernos de Polonia y
Hungría, a partidos como Vox en Europa occidental, a caudillos
filofascistas como Bolsonaro y a los paramilitares ucranianos. En este
sentido, la derrota de Trump más que la victoria de Biden puede suponer
un alivio para las democracias occidentales. Pero no convendría
alegrarse demasiado ni demasiado pronto: recordemos que fueron Obama y
el propio Biden, con la activa colaboración de Hillary Clinton y John
Kerry, quienes patrocinaron y armaron a esos mismos paramilitares
ucranianos en 2014 y, anteriormente, a los fundamentalistas islámicos en
Siria y Libia en 2011. Con demócratas o con republicanos, el dólar
prevalece sobre la democracia.
Es por ello que Europa haría muy
mal en seguir dependiendo de Estados Unidos, que no solo es el caballo
perdedor, sino que además es un enemigo tradicional de Europa, aunque
los dirigentes europeos lo nieguen. Valga el acto de presionar a Hungría
para que no adopte la vacuna rusa como ejemplo criminal de rusofobia.
Lo
mejor para EEUU (y para el resto del mundo) es que asumieran que el
tiempo de las talasocracias atlánticas ya ha pasado y que adoptaran un
nuevo papel, cediendo parte de su hegemonía cultural y, desde luego,
militar y económica. China está conquistando África, pero ofreciendo
infraestructuras y ayuda al desarrollo a cambio de los recursos
naturales. En la pandemia se está viendo cómo en China han reaccionado
poniendo el bien común por delante de los intereses individuales. Y no
tienen el orgullo absurdo de pensar que lo suyo es lo mejor y no
necesitan aprender de nadie. Aun siendo culturas muy diferentes, no nos
vendría mal aprender de ellos.
Con todo, Europa todavía tiene
cosas (inmateriales) que ofrecer al mundo. Somos un ejemplo en historia,
en cultura, en Derechos Humanos, en Estado del Bienestar, en
coexistencia democrática de ideas, fruto estas tres ultimas del periodo
1950-1990. Podemos aún jugar esa baza para pintar algo en el nuevo orden
y tener un futuro decente. Pero esa baza no va a durar siempre. Y el
seguidismo absurdo de los dictados de los USA, sean presididos estos por
Biden o por Trump, que practican los dirigentes europeos desde hace
décadas nos coloca en una pésima situación para aprovecharla.
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