jueves, 4 de julio de 2013

Primavera Turca: postales gasificadas desde Taksim

Viernes por la noche en Estambul. Subo a Taksim desde el Bósforo, rodeando camiones de Bomberos y autobuses con policías armados con metralletas. Al desembocar en la plaza, oigo gritos y veo un balón que sube hacia el cielo. Cae y un chaval vestido con la camiseta del Galatasaray lo para con el pecho. La Primavera Turca tiene buenos mediapuntas.

    El ambiente en Taksim, de estructura parecida a la madrileña plaza de España, pero tres veces mayor, es similar al que veo entre los chavales que juegan al fútbol. Gente cantando, otros bailando una danza turca que parece una sardana, un memorial de velas alrededor de las fotos de los caídos en las revueltas –seis cuando yo lo vi, ahora me temo que más-, hasta un tipo tocando el piano junto al monumento a la República. Todo muy pacífico, incluso festivo. Pero una mirada al lado oeste de la plaza me descubre una barricada. Coches quemados, tablones, hasta un autobús calcinado recuerdan que aquí la gente no huye ante la policía. Tras atravesarla esquivando a los curiosos que se hacen fotos como si fueran los restos del Muro de Berlín, me adentro en la parte seria de Taksim. Tenderetes, tiendas de campaña, grupos de personas debatiendo, otros repartiendo panfletos. Lástima de no saber más de una docena de palabras en turco. El panorama recuerda a Sol tras el 15-M de hace dos años: mucha gente haciendo cosas y todo bastante bien organizado.


    Esa es la impresión que me llevo de Taksim, y por ende de la Primavera Turca, tras mi primer contacto: un movimiento pacífico pero resuelto. Resuelto a exigir la caída del Gobierno y a frenar el liberalismo en lo económico y el conservadurismo en lo social de su política. Les suena, ¿no?

    Pero esa actitud pacífica no es menos amenazante para el primer ministro. Tayyip, como lo llaman aquí, decide desalojar la plaza al día siguiente. Me dirijo a Gálata –dos kilómetros al sur- al caer la noche, y el ambiente ya es de resistencia. Doscientas personas equipadas con cascos, mascarillas y camisetas del Fenerbahçe, del Besiktas, del Galatasaray, bajan del ferry que viene de la parte asiática de Estambul y se dirigen hacia Taksim. Ya en la calle Istiklal, una especie de Preciados aunque bastante más larga, veo las barricadas ardiendo y la marabunta que ruge: “Tayyip, istifa, Tayyip istifa” (“Tayyip, dimisión”). La secuencia se repite: los manifestantes avanzan, se escuchan disparos y la gente retrocede corriendo para escapar de los gases lacrimógenos. De repente, alguien se para, grita a los que corren y todos vuelven adelante al grito de “Iler, iler”. Arrecian los aplausos cuando los sindicalistas del TMB surgen con sus banderas por una calle lateral.

    Es esto lo que me produce una mezcla de admiración y envidia. Aquí todos los manifestantes están unidos. Ves a personas con banderas turcas, con camisetas de fútbol, con enseñas de sindicatos, todos peleando contra un enemigo común y defendiendo lo que les une. En España es al revés: cualquier bandera –republicana, anarquista o comunista- es recibida con pitos en una mani del 15-M y a los militantes de CCOO se les considera poco menos que representantes de la banca. El espíritu de todos son malos menos nosotros, tan típico de la izquierda española, no ha calado por aquí.

    Al día siguiente, después del desalojo de Taksim y la amenaza de Tayyip de tratar como “terroristas” a todos los que se acerquen a la plaza, parecía que la cosa se iba a tranquilizar. Pero no. Todo lo contrario. A pesar de las escuadras de policías que vigilan las estaciones de ferry de Besiktas, a pesar de los autobuses llenos de los maderos de aquí apostados en la avenida que sube a Taksim, a pesar de las tanquetas y los cañones de agua, a partir de las 5 de la tarde el barrio de Besiktas hierve de manifestantes que agitan cascos y banderas. Y no sólo Besiktas, vayas a donde vayas te cruzas con grupos de personas coreando consignas. “Her yer Taksim, her yer direnis!” (“En todas partes Taksim, en todas partes resistencia”) es el que más se escucha. Lo que en Madrid sería un grupo de colegas de camino a una mani, aquí es una marcha de 1.000 personas.

    En Gálata se respira la tensión previa a la batalla. Por todas partes hay chicos y chicas sentados con su casco, su mascarilla y su botella de agua o de leche para aliviar los efectos del gas pimienta. La gente empieza a subir hacia Istiklal, pero un cuarto de hora después bajan en masa mientras se escuchan disparos al fondo. Junto al Cuerno de Oro los manifestantes han cortado la calle y las vías del tranvía. Y en Kemeralti, la avenida que bordea el Bósforo, también hay botes de humo y cargas. La sensación de que la revuelta se extiende por toda la ciudad y que acabará siendo incontrolable no se puede evitar.

    Es otra de las cosas de las que me doy cuenta con sorpresa. En Turquía, o al menos en Estambul, los manifestantes sí son el 99%. No sólo porque integran a personas de sensibilidades e ideologías diferentes. También lo ves al pasar en manifestación junto a una estación y escuchar a los viajeros que esperan cómo aplauden y corean consignas. Y al ver a una banda de rock en un bar intercalar eslóganes antigubernamentales en medio del concierto, jaleados por el público.

    Aunque lo del 99% quizá sea exagerado. Al menos habría que excluir a los simpatizantes del AKP, el partido en el poder, que se agolpan esperando el ferry tras acabar un mitin. Los chapulus (saqueadores o alborotadores), que es como llama Tayyip a los manifestantes, que regresan tras haber sido perseguidos, golpeados y gaseados por la policía, se los encuentran de frente, con sus banderas naranjas y su actitud provocativa. Y la chispa no tarda en saltar. “Tayyip, istifa, Tayyip istifa”, les grita una mujer, secundada por algunos compañeros con tono y gestos más agresivos. Los del AKP se ponen chulos, aunque están en una desventaja de cinco a uno, sabedores de que las fuerzas del régimen les protegen. Vuelan palos y se encienden bengalas, pero al final el ferry llega, los militantes de Tayyip, incluida una señora con burka, suben al barco y se marchan increpados por los chapulus. La última lección: en España los que votan a los partidos que están arruinando a los trabajadores y nos están amargando la vida se pasean tranquilamente, ufanándose incluso de ello… Turquía es parecida, pero diferente.