En los 80,
la era del triunfo definitivo del imperio yanqui a escala global, el modelo
erótico occidental era la rubia californiana: pelo liso, ojos claros, cintura
estrecha, pechos generosos. Y dentro de ese prototipo femenino, el primer sex
symbol de la década fue Bo Derek.
Más allá de
modelos y prototipos, o de su calidad como actriz, Bo Derek fue una de las
protagonistas de las primeras fantasías eróticas de aquellos que despertaban a
la sexualidad a lo largo de esa década. Todavía era una desconocida cuando en
1980, 10, la mujer perfecta –un
título de lo más adecuado- la catapultó a la fama. Melena rubia interminable, belleza
impresionante, formas perfectas, un aire entre provocativo e inocente eran sus
armas, expuestas también pocodespués en la revista Playboy.
La carrera
de Bo Derek como mito erótico continuó a lo largo de los años 80, con películas
de calidad descendente y de leitmotiv recurrente: su anatomía desnuda o vestida.
Bolero y Tarzán la hicieron un referente sexual como anteriormente lo habían
sido Marilyn Monroe, Brigitte Bardot o Farrah Fawcett.
Pero sus
virtudes fueron también su condena. Su marido y agente, John Derek, director
también de sus primeras películas y experto en ligarse a rubias despampanantes,
explotó los atributos de Bo una y otra vez. Nunca sabremos si tenía facultades
para ser una buena actriz. El público acudía a las salas de cine para verle las
tetas, y punto. Hasta que Kim Basinger y Sharon Stone, encumbradas con Nueve semanas y media e Instinto básico, la sustituyeron en el
trono de la rubia sex symbol por excelencia y tuvo que exiliarse en el universo
cutre de los telefilmes.
Ahora Bo
Derek ya no hace cine. Se dedica a la cría de caballos y a apoyar al Partido
Republicano –¿quién dijo que el bien y la belleza van indisolublemente
unidos?-. Queda de ella el recuerdo, los miles de suspiros derramados
contemplando sus fotos y visionando sus películas, los sueños de
preadolescentes deseosos de encontrar algún día una rubia como ella, tan bella
que pareciera perfecta, las fantasías alimentadas por el exotismo de sus
escenas, y su imagen corriendo por la playa o galopando desnuda a lomos de un
caballo. Bien mirado, no hay tantas actrices de las que se pueda decir lo
mismo. Gracias, Bo.