lunes, 30 de diciembre de 2019

Cena conflictiva: una historia de ideas, familia (política) y dignidad

El fin de semana parecía empezar bien para Javier Gamboa, a pesar de la lluvia de mediados de diciembre. Estaba en casa unas cuantas horas antes de lo previsto y podría aprovechar para prepararle a Miriam una cena por todo lo alto. Su novia recibió alborozada la sorpresa gastronómica cuando llegó a casa, pero durante los entrantes se encargó de chafar la alegría que invadía la cocina con el anuncio de uno de los eventos que más detestaba Javier: cenarían en Nochebuena con los padres de ella. 
   Como dicta el tópico, Javier detestaba a su suegra. Pero su animadversión iba más allá de la clásica fricción entre yerno y madre política. Era la madre de Miriam una mujer prepotente y clasista a más no poder. Cualidades agravadas por un, a juicio de Gamboa, fariseo progresismo. Se creía una egregia representante de la izquierda burguesa, superior al resto de los mortales por poseer las discografías completas de Serrat y Sabina y una suscripción a El País. A su yerno le consideraba un inmaduro y peligroso radical bolchevique y, a pesar de que con el tiempo se había convertido en un ingeniero competente y dotado de una abultada cuenta bancaria, seguía viendo en él al pelagatos que buscaba camelarse a su maravillosa hija para vivir a su costa sin dar un palo al agua. Aunque sus estudios no pasaban del Bachillerato y su nivel cultural no era nada del otro mundo, tendía a tratar como si fuera gilipollas a todo el mundo, empezando por su propio marido.
   Pablo, el padre de Miriam, era todo lo contrario a su mujer. Un tipo sencillo y bonachón que prefería el As a los plúmbeos best sellers que devoraba su esposa y cuya máxima aspiración era regresar a su pueblo de Soria una vez jubilado para trabajar en su huerto y compartir batallitas con sus amigos de la infancia. Gamboa le apreciaba mucho, pues veía reflejados en él la serenidad y el sentido común que siempre había admirado en su novia. Pero Miriam parecía querer a sus padres por igual, y para ella era un placer insustituible celebrar unas siempre tensas comidas familiares navideñas.
   Así que la tarde del 24 de diciembre, con aire de reo conduciéndose a sí mismo al patíbulo, montó en su Chrysler y se encaminó junto a Miriam a un barrio de chalets de reciente construcción donde su suegra jugaba a primera dama de la república independiente de su vivienda-unifamiliar-quiero-y-no-puedo.
   Como de costumbre, Pilar, que así se llamaba su suegra, les recibió con una sonrisa falsa y ostentosa, del tipo “mirad qué buena anfitriona soy, mejor de lo que tú, yerno de pacotilla, te mereces”. Disfrutaron, eso sí, de una de las escasas ventajas que tenían las ínfulas de la señora de la casa: con el fin de demostrar a sus invitados que sus comidas, cenas y saraos varios eran los mejores, siempre compraba vituallas de las buenas. Tartar de salmón y aguacate, merluza en crema de bogavante y unas delicadas tapas de foie y huevos de codorniz. 


   La cena marchó bien hasta el momento de los postres, cuando Pilar se enfrascó en una filípica contra los partidos de la llamada “política alternativa”. Argumentaba y argumentaba a favor de las bondades del sistema y Javier empezó a imaginársela como concursante de una especie de Battle Royale de suegras y cuñados. La idea le hizo sonreír de satisfacción.
-¿Te parece gracioso?
-¿Eh?
-Digo que si te parece gracioso lo que estoy diciendo. Como sonríes…
   Gamboa dudó brevemente entre rebajarse formulando una disculpa de cortesía o lanzarse al ring. Normalmente optaba por lo primero, para no disgustar a Miriam, pero no podía dejar de odiar a los criminales que habían arruinado vidas como la de su padre y estaban arruinando muchas otras en esos momentos, los admirados representantes de ese sistema que había estado a punto de joderle la vida y que aquella bohemia burguesa de tres al cuarto se empeñaba en defender con petulante vehemencia. Y saltó.
-Sonrío por lo ridículo de tu tesis y de tus argumentos, Pilar; no porque lo que dices tenga ni puta gracia. Que no la tiene.
   Se hizo un silencio más que incómodo. La calma que sigue al primer trueno y precede a la tormenta de verdad, pensó Javier. Miriam le miró como pidiéndole “no entres al trapo, no entres”, pero algo debió de ver en la mirada de su novio cuando su expresión pasó a una resignada del tipo “ay, ay, ay, la que se va a liar”. 
-¿Perdona?
-Digo que tu tesis y tus argumentos son ridículos. Aparte de poco democráticos. Si hay un sector social, tanto de izquierdas como de derechas, que reclama la formación de nuevos partidos, están en su derecho de crearlos. Aunque te moleste.
-¿Pero tú quién te has creído que eres, niñato? ¿Te crees que tú y cuatro pelagatos como tú podéis pasaros por el forro las leyes de este país, que nos dimos entre todos y que tanto nos ha costado conservar?
-La formación de nuevos partidos entra dentro de la ley. Está protegida por el artículo 6 de esa Constitución que tanto te gusta, de hecho.
-¿Sí? ¿Y para qué sirven esos partidos y esos “movimientos sociales” como los llamáis? ¿Para llamar a la rebelión, a cuestionar el sistema, a no respetar las leyes; para hacer el país ingobernable?
   Gamboa pensó que, si existiera algún partido que sirviera para todo eso, se afiliaría al día siguiente. Pero no conocía ninguno.
-¿Ahora te callas? Se nota que no tienes nada que decir. Todos vosotros sois iguales, unos niñatos que os creéis que lo sabéis todo y no tenéis ni idea de nada. Más os valdría dejar las cosas de la política en manos de los que saben y limitaros a trabajar, que buena falta os hace –el odio reconcentrado durante años contra su yerno salía ahora a borbotones de la boca de Pilar. Miriam la miró asombrada; no era el primer enfrentamiento entre ambos, pero ese día su madre estaba desquiciada.    
-Te recuerdo que trabajo desde hace dos años, Pilar.
-No sé si trabajarás lo bastante…
   Aquella insinuación fue demasiado para Gamboa. Se puso en pie y descargó un puñetazo sobre la mesa.
-Me importa una mierda lo que sepas, una puta mierda. Trabajo lo necesario para vivir, como hacían mis abuelos, como hacía mi padre hasta que un hijo de puta decidió que su trabajo no valía y lo mandó a la puta calle. Tú no eres nadie, ¿me entiendes?, nadie, para juzgar si trabajo poco o mucho, bien o mal.
-Aprende a comportarte, que estás en mi casa, sentado a mi mesa, comiendo mi comida. Aquí no te aguanto esas formas.
-No tenía ninguna gana de venir aquí. Vengo porque Miriam me lo pide. Pero tranquila, que no volveré. Y sobre la comida –sacó de la cartera un billete de 50 euros y lo arrojó sobre la mesa-, creo que con eso está pagado lo que he consumido. 
   Y se levantó, tomó la cazadora del perchero y se dirigió a la puerta. Miriam y su padre salieron detrás de él. Miriam le pidió un momento para hablar con su madre y le prometió que se irían juntos. Pablo suspiró tristemente.
-Disculpa a mi mujer. Siempre se pone así cuando habla de política.
-Espero por tu bien que tengáis otros temas de conversación.
-No demasiados. Resulta difícil conversar con ella. Es bastante fanática, siempre cree tener razón. Pero hay que asumirlo, ella es así y hay que quererla como es.
-No, Pablo. Yo no tengo que asumir nada, ni mucho menos querer a alguien que me detesta. Es tu mujer, no la mía.
-¿No volverás por aquí, entonces? Es una pena –su suegro sonrió en un torpe intento de camelarle.
-No creo. Volveríamos a tener la misma bronca, o una similar. Pero en mi casa siempre serás bien recibido –en el fondo le dolía el disgusto que se había llevado el pobre hombre. Cuando su novia regresó, se despidió de él con un abrazo.
   Ya en el coche, Javier le tendió las llaves a Miriam.
-Conduce tú, por favor, yo estoy un poco nervioso.
-Comprendo.
-¿De qué habéis hablado tu madre y tú?
-Le he dicho que se ha pasado un montón, que puede odiarte y despreciarte si le viene en gana, pero que tiene que respetarte y que a mi pareja la he elegido yo y estoy satisfecha de mi elección, le guste o no.
   Gamboa sonrió complacido.
-Pero tú también te has pasado un poco.
   La sonrisa de complacencia desapareció.
-¿Debía haberme tragado los beefs en silencio?
-No, tampoco es eso. La verdad es que ha molado cuando la has vacilado con lo de la Constitución. Pero tu explosión de ira final me ha asustado un poco. Estabas muy alterado.
-Miriam, he saltado porque no pienso consentir que pongan en duda mi trabajo, mi valía ni cómo me gano la vida. Tu madre lleva mirándome como a un parásito desde siempre y algún día tenía que pararle los pies. Sabes bien de mi odio hacia un sistema en el que gente con una vida regalada se permite el lujo de machacar y encima despreciar a los que no tienen nada.
-¿Gente como mi madre?
   Javier no contestó. La madre de Miriam era una burócrata, no tenía nada que ver con los psicópatas poderosos que gobernaban en país y el planeta, pero no podía dejar de mirarla con los mismos ojos que a aquellos. 
-Javi, respeto tu forma de ver las cosas, y la admiro. Yo también deseo un mundo más justo. Pero no quiero que te amargue.  
-Siempre he creído en que hay que pelear para mejorar las cosas, para que el miedo cambie de bando. Y eso nunca me ha amargado la vida, al contrario, me da esperanzas.
   Miriam suspiró mientras el Chrysler pasaba bajo la puerta del garaje. Aparcaron, subieron a casa y se acostaron rápido. Mientras apagaba la luz, Gamboa no podía desprenderse de una sensación de game over.