Como buena expresión artística, la música siempre
ha sido vista por muchas personas como una metáfora de otros aspectos de la
vida, o de la vida en general. Sentimientos, fútbol, política… todo puede
compararse con una canción, un artista o un estilo.
No me extrañó, por tanto, que en la pasada
pugna entre pablistas y errejonistas, entre ritas y ramones, que
libraron los miembros de Podemos en la Comunidad de Madrid, se planteara una metáfora
musical para ilustrar las posiciones de cada sector. Así, los errejonistas de Rita Maestre y compañía
serían más moderados, más asequibles al oído del común de los mortales, como el
pop de los británicos Coldplay. Mientras, los pablistas capitaneados por Ramón Espinar serían unos tipos duros,
contundentes, como el Jefe del rock, Bruce Springsteen. Una dicotomía que ha
contaminado también el más reciente Vistalegre 2.
Una metáfora curiosa pero limitada, como
suelen ser todos los planteamientos maniqueos. A veces, leyendo a algunos de
los que la usaban, uno tenía la sensación de que en su vida habían escuchado a
unos y al otro. Coldplay tiene canciones suaves, pero también intensas, y casi
todas capaces de emocionar. Springsteen es rockero, pero para nada un heavy, y
llena estadios con la misma facilidad que Coldplay. A mí, al menos, ni los
ingleses me parecían tan ñoños ni el Boss tan minoritario como unos y otros me daban a entender.
Pero como parecía que se trataba de una
pugna por ver quién era más auténtico o más mainstream,
lo apropiado de la metáfora era lo de menos. Al fin y al cabo, cosas más
absurdas se dijeron en la breve campaña de las primarias en Madrid. Empezando
por la disyuntiva radicales vs. moderados y mayoritarios vs. minoritarios (de
los calificativos tipo “comunistas”, “sociatas”, “marginales”, “vendidos” mejor
ni hablo por aquello de la vergüenza ajena).
Y es que se diría que la única forma de
alcanzar un éxito masivo es ofrecer un discurso –o una canción- edulcorado,
soso, plano, vacío, sin fuerza ni alma. O que sólo se puede ser auténtico si te
escuchan –o te votan- cuatro gatos, que todo el que arrastre a una marabunta de
seguidores lo ha conseguido vendiéndose. Una colección de absurdos de la que
nadie podía o quería darse cuenta.
Como enumerar partidos y líderes
políticos que han ganado elecciones y han convencido a su pueblo con un
discurso claro y honesto sería largo y probablemente aburra al personal, mejor
sigo con la metáfora musical y hablo de la banda de rock actual más seguida del
planeta –con permiso de los clásicos y veteranísimos Rolling Stones-: Muse.
Los británicos Muse empezaron como un
grupo de rock alternativo –sí, alternativo- y pronto descollaron gracias al
virtuosismo de sus músicos, a la particular y emotiva voz del cantante y a una
diversidad de facetas que hace que en un mismo disco –o en una misma canción-
te encuentres momentos que suenan a metal, a punk, a hard rock y otros que son
pura melodía.
Poco a poco, Muse pasaron de ser una
banda de culto a una banda que llena estadios. Han coqueteado con el pop, con
la electrónica, han prestado temas a la banda sonora de películas para
adolescentes y aun así han mantenido a sus fans de siempre y ganado a otros
nuevos en cada nuevo disco, en cada nueva gira. A día de hoy son, como ya he
dicho, la banda de rock más seguida del planeta. Hace tiempo que superaron a
U2, antaño reyes del stadium rock, y
ya se les compara con Queen.
Y todo sin renunciar a su estilo,
evolucionado pero sin dar bandazos al ritmo de los estilos de moda. Algo que
debería tener en cuenta Podemos: no renunciar a los valores con los que nació,
los que le convirtieron en la esperanza de los que no creían ya en la política.
Defender a los de abajo, sin miedo a no gustar a los de arriba.
Pero, y no menos importante, sin
renunciar tampoco a ser grandes. No se es más alternativo ni más fiel a uno
mismo por gustar a un número reducido de personas. Y eso vale tanto para la música como para la
política. Podemos debería alejarse tanto de la tentación de convertirse en un
partido sin alma para gustar a los que nunca van a dejar de odiarles, como de
la mística de la derrota que impregna a buena parte de la izquierda –se
autodefina así o no- española.
Volviendo a Muse, lo mejor de todo es que
nunca ha dejado de sonar a Muse. Tienen temas más contundentes y otros más
suaves, que gustan a públicos distintos o incluso al mismo, pero nunca han
renunciado a seguir su estilo, ni a adaptarse a propuestas nuevas, pero tampoco
a ir ganando fans. Cambien “Muse” por “Podemos”, “estilo” por ideas, y “fans”
por “votos”. ¿Qué tal suena?