miércoles, 22 de febrero de 2017

Ni moderados ni minoritarios: Muse nos muestra el camino

Como buena expresión artística, la música siempre ha sido vista por muchas personas como una metáfora de otros aspectos de la vida, o de la vida en general. Sentimientos, fútbol, política… todo puede compararse con una canción, un artista o un estilo.


No me extrañó, por tanto, que en la pasada pugna entre pablistas y errejonistas, entre ritas y ramones, que libraron los miembros de Podemos en la Comunidad de Madrid, se planteara una metáfora musical para ilustrar las posiciones de cada sector. Así, los errejonistas de Rita Maestre y compañía serían más moderados, más asequibles al oído del común de los mortales, como el pop de los británicos Coldplay. Mientras, los pablistas capitaneados por Ramón Espinar serían unos tipos duros, contundentes, como el Jefe del rock, Bruce Springsteen. Una dicotomía que ha contaminado también el más reciente Vistalegre 2.

Una metáfora curiosa pero limitada, como suelen ser todos los planteamientos maniqueos. A veces, leyendo a algunos de los que la usaban, uno tenía la sensación de que en su vida habían escuchado a unos y al otro. Coldplay tiene canciones suaves, pero también intensas, y casi todas capaces de emocionar. Springsteen es rockero, pero para nada un heavy, y llena estadios con la misma facilidad que Coldplay. A mí, al menos, ni los ingleses me parecían tan ñoños ni el Boss tan minoritario como unos  y otros me daban a entender.

Pero como parecía que se trataba de una pugna por ver quién era más auténtico o más mainstream, lo apropiado de la metáfora era lo de menos. Al fin y al cabo, cosas más absurdas se dijeron en la breve campaña de las primarias en Madrid. Empezando por la disyuntiva radicales vs. moderados y mayoritarios vs. minoritarios (de los calificativos tipo “comunistas”, “sociatas”, “marginales”, “vendidos” mejor ni hablo por aquello de la vergüenza ajena). 

Y es que se diría que la única forma de alcanzar un éxito masivo es ofrecer un discurso –o una canción- edulcorado, soso, plano, vacío, sin fuerza ni alma. O que sólo se puede ser auténtico si te escuchan –o te votan- cuatro gatos, que todo el que arrastre a una marabunta de seguidores lo ha conseguido vendiéndose. Una colección de absurdos de la que nadie podía o quería darse cuenta.

Como enumerar partidos y líderes políticos que han ganado elecciones y han convencido a su pueblo con un discurso claro y honesto sería largo y probablemente aburra al personal, mejor sigo con la metáfora musical y hablo de la banda de rock actual más seguida del planeta –con permiso de los clásicos y veteranísimos Rolling Stones-: Muse



Los británicos Muse empezaron como un grupo de rock alternativo –sí, alternativo- y pronto descollaron gracias al virtuosismo de sus músicos, a la particular y emotiva voz del cantante y a una diversidad de facetas que hace que en un mismo disco –o en una misma canción- te encuentres momentos que suenan a metal, a punk, a hard rock y otros que son pura melodía.

Poco a poco, Muse pasaron de ser una banda de culto a una banda que llena estadios. Han coqueteado con el pop, con la electrónica, han prestado temas a la banda sonora de películas para adolescentes y aun así han mantenido a sus fans de siempre y ganado a otros nuevos en cada nuevo disco, en cada nueva gira. A día de hoy son, como ya he dicho, la banda de rock más seguida del planeta. Hace tiempo que superaron a U2, antaño reyes del stadium rock, y ya se les compara con Queen. 

Y todo sin renunciar a su estilo, evolucionado pero sin dar bandazos al ritmo de los estilos de moda. Algo que debería tener en cuenta Podemos: no renunciar a los valores con los que nació, los que le convirtieron en la esperanza de los que no creían ya en la política. Defender a los de abajo, sin miedo a no gustar a los de arriba.

Pero, y no menos importante, sin renunciar tampoco a ser grandes. No se es más alternativo ni más fiel a uno mismo por gustar a un número reducido de personas. Y eso vale tanto para la música como para la política. Podemos debería alejarse tanto de la tentación de convertirse en un partido sin alma para gustar a los que nunca van a dejar de odiarles, como de la mística de la derrota que impregna a buena parte de la izquierda –se autodefina así o no- española.

Volviendo a Muse, lo mejor de todo es que nunca ha dejado de sonar a Muse. Tienen temas más contundentes y otros más suaves, que gustan a públicos distintos o incluso al mismo, pero nunca han renunciado a seguir su estilo, ni a adaptarse a propuestas nuevas, pero tampoco a ir ganando fans. Cambien “Muse” por “Podemos”, “estilo” por ideas, y “fans” por “votos”. ¿Qué tal suena?