Como
dicta el tópico, Javier detestaba a su suegra. Pero su animadversión iba más
allá de la clásica fricción entre yerno y madre política. Era la madre de
Miriam una mujer prepotente y clasista a más no poder. Cualidades agravadas por
un, a juicio de Gamboa, fariseo progresismo. Se creía una egregia representante
de la izquierda burguesa, superior al resto de los mortales por poseer las
discografías completas de Serrat y Sabina y una suscripción a El País. A su yerno le consideraba un
inmaduro y peligroso radical bolchevique y, a pesar de que con el tiempo se
había convertido en un ingeniero competente y dotado de una abultada cuenta
bancaria, seguía viendo en él al pelagatos que buscaba camelarse a su
maravillosa hija para vivir a su costa sin dar un palo al agua. Aunque sus
estudios no pasaban del Bachillerato y su nivel cultural no era nada del otro
mundo, tendía a tratar como si fuera gilipollas a todo el mundo, empezando por
su propio marido.
Pablo,
el padre de Miriam, era todo lo contrario a su mujer. Un tipo sencillo y
bonachón que prefería el As a los
plúmbeos best sellers que devoraba su
esposa y cuya máxima aspiración era regresar a su pueblo de Soria una vez
jubilado para trabajar en su huerto y compartir batallitas con sus amigos de la
infancia. Gamboa le apreciaba mucho, pues veía reflejados en él la serenidad y
el sentido común que siempre había admirado en su novia. Pero Miriam parecía
querer a sus padres por igual, y para ella era un placer insustituible celebrar
unas siempre tensas comidas familiares navideñas.
Así
que la tarde del 24 de diciembre, con aire de reo conduciéndose a sí mismo al
patíbulo, montó en su Chrysler y se encaminó junto a Miriam a un barrio de
chalets de reciente construcción donde su suegra jugaba a primera dama de la
república independiente de su vivienda-unifamiliar-quiero-y-no-puedo.
Como
de costumbre, Pilar, que así se llamaba su suegra, les recibió con una sonrisa
falsa y ostentosa, del tipo “mirad qué buena anfitriona soy, mejor de lo que
tú, yerno de pacotilla, te mereces”. Disfrutaron, eso sí, de una de las escasas
ventajas que tenían las ínfulas de la señora de la casa: con el fin de
demostrar a sus invitados que sus comidas, cenas y saraos varios eran los
mejores, siempre compraba vituallas de las buenas. Tartar de salmón y aguacate,
merluza en crema de bogavante y unas
delicadas tapas de foie y huevos de
codorniz.
La
cena marchó bien hasta el momento de los postres, cuando Pilar se enfrascó en
una filípica contra los partidos de la llamada “política alternativa”.
Argumentaba y argumentaba a favor de las bondades del sistema y Javier empezó a
imaginársela como concursante de una especie de Battle Royale de suegras y cuñados. La idea le hizo sonreír de
satisfacción.
-¿Te parece gracioso?
-¿Eh?
-Digo que si te parece gracioso lo que
estoy diciendo. Como sonríes…
Gamboa
dudó brevemente entre rebajarse formulando una disculpa de cortesía o lanzarse
al ring. Normalmente optaba por lo primero, para no disgustar a Miriam, pero no
podía dejar de odiar a los criminales que habían arruinado vidas como la de su
padre y estaban arruinando muchas otras en esos momentos, los admirados
representantes de ese sistema que había estado a punto de joderle la vida y que
aquella bohemia burguesa de tres al cuarto se empeñaba en defender con
petulante vehemencia. Y saltó.
-Sonrío por lo ridículo de tu tesis y de
tus argumentos, Pilar; no porque lo que dices tenga ni puta gracia. Que no la
tiene.
Se
hizo un silencio más que incómodo. La calma que sigue al primer trueno y
precede a la tormenta de verdad, pensó Javier. Miriam le miró como pidiéndole
“no entres al trapo, no entres”, pero algo debió de ver en la mirada de su novio
cuando su expresión pasó a una resignada del tipo “ay, ay, ay, la que se va a
liar”.
-¿Perdona?
-Digo que tu tesis y tus argumentos son
ridículos. Aparte de poco democráticos. Si hay un sector social, tanto de
izquierdas como de derechas, que reclama la formación de nuevos partidos, están
en su derecho de crearlos. Aunque te moleste.
-¿Pero tú quién te has creído que eres,
niñato? ¿Te crees que tú y cuatro pelagatos como tú podéis pasaros por el forro
las leyes de este país, que nos dimos entre todos y que tanto nos ha costado
conservar?
-La formación de nuevos partidos entra
dentro de la ley. Está protegida por el artículo 6 de esa Constitución que
tanto te gusta, de hecho.
-¿Sí? ¿Y para qué sirven esos partidos y
esos “movimientos sociales” como los llamáis? ¿Para llamar a la rebelión, a cuestionar
el sistema, a no respetar las leyes; para hacer el país ingobernable?
Gamboa
pensó que, si existiera algún partido que sirviera para todo eso, se afiliaría
al día siguiente. Pero no conocía ninguno.
-¿Ahora te callas? Se nota que no tienes
nada que decir. Todos vosotros sois iguales, unos niñatos que os creéis que lo
sabéis todo y no tenéis ni idea de nada. Más os valdría dejar las cosas de la
política en manos de los que saben y limitaros a trabajar, que buena falta os
hace –el odio reconcentrado durante años contra su yerno salía ahora a
borbotones de la boca de Pilar. Miriam la miró asombrada; no era el primer
enfrentamiento entre ambos, pero ese día su madre estaba desquiciada.
-Te recuerdo que trabajo desde hace dos
años, Pilar.
-No sé si trabajarás lo bastante…
Aquella
insinuación fue demasiado para Gamboa. Se puso en pie y descargó un puñetazo
sobre la mesa.
-Me importa una mierda lo que sepas, una
puta mierda. Trabajo lo necesario para vivir, como hacían mis abuelos, como
hacía mi padre hasta que un hijo de puta decidió que su trabajo no valía y lo
mandó a la puta calle. Tú no eres nadie, ¿me entiendes?, nadie, para juzgar si
trabajo poco o mucho, bien o mal.
-Aprende a comportarte, que estás en mi
casa, sentado a mi mesa, comiendo mi comida. Aquí no te aguanto esas formas.
-No tenía ninguna gana de venir aquí.
Vengo porque Miriam me lo pide. Pero tranquila, que no volveré. Y sobre la
comida –sacó de la cartera un billete de 50 euros y lo arrojó sobre la mesa-,
creo que con eso está pagado lo que he consumido.
Y
se levantó, tomó la cazadora del perchero y se dirigió a la puerta. Miriam y su
padre salieron detrás de él. Miriam le pidió un momento para hablar con su
madre y le prometió que se irían juntos. Pablo suspiró tristemente.
-Disculpa a mi mujer. Siempre se pone así
cuando habla de política.
-Espero por tu bien que tengáis otros
temas de conversación.
-No demasiados. Resulta difícil conversar
con ella. Es bastante fanática, siempre cree tener razón. Pero hay que
asumirlo, ella es así y hay que quererla como es.
-No, Pablo. Yo no tengo que asumir nada,
ni mucho menos querer a alguien que me detesta. Es tu mujer, no la mía.
-¿No volverás por aquí, entonces? Es una
pena –su suegro sonrió en un torpe intento de camelarle.
-No creo. Volveríamos a tener la misma
bronca, o una similar. Pero en mi casa siempre serás bien recibido –en el fondo
le dolía el disgusto que se había llevado el pobre hombre. Cuando su novia
regresó, se despidió de él con un abrazo.
Ya
en el coche, Javier le tendió las llaves a Miriam.
-Conduce tú, por favor, yo estoy un poco
nervioso.
-Comprendo.
-¿De qué habéis hablado tu madre y tú?
-Le he dicho que se ha pasado un montón,
que puede odiarte y despreciarte si le viene en gana, pero que tiene que respetarte
y que a mi pareja la he elegido yo y estoy satisfecha de mi elección, le guste
o no.
Gamboa
sonrió complacido.
-Pero tú también te has pasado un poco.
La
sonrisa de complacencia desapareció.
-¿Debía haberme tragado los beefs en silencio?
-No, tampoco es eso. La verdad es que ha
molado cuando la has vacilado con lo de la Constitución. Pero
tu explosión de ira final me ha asustado un poco. Estabas muy alterado.
-Miriam, he saltado porque no pienso
consentir que pongan en duda mi trabajo, mi valía ni cómo me gano la vida. Tu
madre lleva mirándome como a un parásito desde siempre y algún día tenía que
pararle los pies. Sabes bien de mi odio hacia un sistema en el que gente con
una vida regalada se permite el lujo de machacar y encima despreciar a los que
no tienen nada.
-¿Gente como mi madre?
Javier
no contestó. La madre de Miriam era una burócrata, no tenía nada que ver con
los psicópatas poderosos que gobernaban en país y el planeta, pero no podía
dejar de mirarla con los mismos ojos que a aquellos.
-Javi, respeto tu forma de ver las cosas,
y la admiro. Yo también deseo un mundo más justo. Pero no quiero que te amargue.
-Siempre he creído en que hay que pelear
para mejorar las cosas, para que el miedo cambie de bando. Y eso nunca me ha
amargado la vida, al contrario, me da esperanzas.
Miriam
suspiró mientras el Chrysler pasaba bajo la puerta del garaje. Aparcaron,
subieron a casa y se acostaron rápido. Mientras apagaba la luz, Gamboa no podía
desprenderse de una sensación de game
over.