miércoles, 29 de diciembre de 2010

PSOE: No logo


Sostiene Naomi Klein (no confundir con Naomi Watts) que las grandes compañías multinacionales han abandonado la venta de productos para dedicarse a comercializar imagen y modos de vida. Propone, frente a este nuevo capitalismo posmaterialista (ahora todo es post, ya sabes), conocer las prácticas productivas de las empresas y actuar en consecuencia.

No obstante, conocer la realidad de la organización que está detrás de una marca es complicado. En realidad, lo único que identifica a esa entidad es ese logo reproducido mil veces en vallas y televisores. Sus fábricas están en tierras lejanas que el común de los mortales no sabe situar en un mapa, sus actividades administrativas y comerciales en Occidente están subcontratadas y nadie sabe muy bien cómo es por dentro la compañía que todos conocemos tan bien por fuera; que para eso está la publicidad, para que nadie ignore qué tenemos que pedir cuando necesitamos un coche, unas zapatillas o una hamburguesa.

Ese mundo irreal de sobregnosis de logos y marcas y absoluto desconocimiento de las empresas que las respaldan funciona muy bien. La manipulación del consumidor, apelando a unos sentimientos y sensaciones identificables con un dibujo sencillo y media docena de letras y negándole la capacidad de análisis racional al escamotearle la información necesaria, crea un mercado cautivo, acrítico y, por lo tanto, dócil.

Tan bien funcionaba el invento de las agencias de publicidad y los departamentos de relaciones públicas, que los partidos políticos decidieron copiar el sistema. Si Adidas vende una imagen diferente a Nike, aunque ambas vendan camisetas similares, ¿por qué nosotros no?, debieron de preguntarse. Al fin y al cabo, un partido político vende valores inmateriales: principios, ideas, ideología. ¿Para qué poner el foco sobre la parte material, sobre las políticas reales? En realidad, las de las grandes formaciones, las que aspiran a gobernar un país, son muy parecidas, hay poco en lo que diferenciarse del rival. Y además, son comprometidas; la realidad no se puede cambiar, la percepción de la realidad sí.

A día de hoy, la diferencia entre los programas y, sobre todo, la actuación real de los principales partidos progresistas y conservadores europeos es escasa. Subordinados a los mercados financieros y diluidos en la anomia política que es marca de la casa posmoderna, unos y otros ejercen de gestores y garantes del statu quo. Si no les diferencia la materia, ¿qué queda? La forma.

En el caso español, el reparto del juego político está claro. Fuerzas minoritarias y nacionalistas al margen, dos grandes formaciones se disputan el poder cada cuatro años. A priori, ambas luchan por seducir a la mayoría del electorado desde posiciones diferentes. El PP hace bandera de los valores conservadores: mercado libre, unidad nacional, defensa de la moral tradicional… El PSOE se erige en quintaesencia del progresismo: defensa de las clases populares, derechos sociales, respeto de la legalidad internacional…

Pero cuando unos y otros llegan al poder, la cosa cambia. Bueno, en el caso del Partido Popular no cambia mucho: privatizaciones, obsesión con el terrorismo, impulso al ladrillo fueron ejes fundamentales de la política de Aznar.

Con el PSOE, la historia ha sido diferente. Llegó al poder en 2004 con un programa que encandiló al ala izquierda del partido, de la que Zapatero se consideraba su máximo exponente, relevando al defenestrado Alfonso Guerra. Su primera legislatura parecía confirmar la imagen de progresismo moderno y vanguardista que desde hacía cuatro años había ido conformando la marca del Partido Socialista, opuesto a los carcas agoreros del PP. Asuntos como los matrimonios gays, la negociación con ETA o la Ley de Dependencia daban sustancia a un discurso progre repetido hasta la saciedad por palmeros artísticos y mediáticos.

Pero llegó la segunda, y con ella la crisis, y ZP tuvo que ponerse a gobernar en serio. Y entonces se acabó la pantomima. Durante cuatro años, el PSOE no había puesto coto a la economía especulativa, pese a las nefastas consecuencias que tenía para el acceso de los jóvenes a una vivienda digna. Cuando la burbuja pinchó, la solución no fue exigir cuentas a los bancos responsables del desastre, sino subvencionar sus pufos con dinero público. Para reflotar la economía, se practicó un neokeynesianismo de pacotilla bajo el pomposo nombre de Plan E, que sólo sirvió para salvar las apariencias de socialismo populista mientras escampaba la crisis. Pasó 2009, vino 2010 y con él la hora de hacer reformas serias.

¿Cuáles fueron esas reformas? Modificar el sistema de contratación y el de protección por desempleo, recortando las prestaciones y abaratando el despido, en contra de los intereses de los obreros, esos que prestan la O al nombre del partido. Había que recortar gastos, claro está, y el Gobierno socialista metió la tijera en las prestaciones sociales, eliminó ayudas y congeló las retribuciones de funcionarios y pensionistas, como había hecho Aznar 14 años atrás en medio de un gran escándalo. Había que aumentar los ingresos públicos, pero no recuperó el Impuesto sobre el Patrimonio ni elevó el de Sociedades, sino que subió dos puntos el IVA, para que todos, aunque los pobres lo notamos más que los ricos, paguemos la factura de la crisis.

Todas estas políticas antisociales, propias de un Ejecutivo de derechas, condujeron a una huelga general, tras muchas vacilaciones de los sindicatos. Aunque el 29 de septiembre el país se paralizó y más de un millón de personas salieron a la calle a exigir a Zapatero que rectificara, las políticas gubernamentales no se movieron un ápice. En 2002, una huelga similar obligó al PP a retirar su reforma laboral, el decretazo, para conservar su popularidad. No es el caso del PSOE, poco preocupado por los efectos de sus políticas en su imagen pública. Al fin y al cabo, su imagen pública no depende de algo concreto como una reforma laboral impopular o una reforma fiscal injusta, sino de algo tan etéreo como un logo, una marca, un espacio privilegiado en el imaginario colectivo.

Después nos hemos enterado (por medio de los famosos cables de Wikileaks, publicados aquí por un periódico de línea socialista, que no progubernamental) de que el Ministerio de Justicia cedió a las presiones estadounidenses para dejar en el limbo el asesinato del cámara José Couso y los vuelos de la CIA en territorio español, en un acto de servilismo tan vergonzoso como el que abandonó a los saharauis a su suerte y remachó la política de apaciguamiento hacia Marruecos. Y hubo una huelga de controladores aéreos que se resolvió manu militari, decretando el estado de alarma por primera vez desde la muerte de Franco. Todo por la patria, incluso el esquirolismo por obediencia debida.

Ahora Miguel Sebastián, el que parecía el más progresista de los ministros, ha decidido subir a la luz un 10%, para que los ciudadanos mantengamos el tren de beneficios de las grandes empresas eléctricas. Y parece que al final habrá que jubilarse a los 67 años, mientras la tasa de paro juvenil sigue creciendo, con oposición social o sin ella. Y el PSOE se seguirá considerando progresista. No importa la realidad. Importa la imagen, el logo. Está la izquierda y está la derecha. El PSOE es la izquierda. No importa que su actuación sea de derechas. Y no hay más que hablar.

domingo, 17 de octubre de 2010

La pastilla roja



Dicen que la verdad nos hace libres, aunque al buscarla seamos sus esclavos, y no es una frase exenta de razón. La verdad duele, nos hace daño, nos hace desear no haberla conocido nunca cuando es triste o agresiva y nos aleja de la felicidad. Pero también nos libera, nos da la ansiada independencia respecto a nuestros compromisos, a nuestras relaciones, a esas personas, esos grupos y esas instituciones a los que tantas veces guardamos fidelidad absoluta y obediencia ciega sin pararnos a pensar por qué nos piden esa obediencia y esa fidelidad y qué nos dan a cambio.

Es duro darse cuenta del engaño de los que creemos nuestros defensores, de la traición de los que consideramos nuestros amigos; es jodido descubrir que, pese a tanta milonga como le cuentan a uno todos los días, uno está solo, siempre lo ha estado, y siempre lo va a estar.

Pero ese descubrimiento traumático también es liberador. La vida es dura, y no hay otro remedio que enfrentarse a ella con esa dureza, sin filtros que nos la suavicen y nos la dulcifiquen, sin alas que no nos sirven para volar, sino para esconder la cabeza bajo ellas, pensando que si no reparamos en el mundo cruel, el mundo cruel no va a reparar en nosotros y va a pasar de largo sin tocarnos, como un ángel exterminador en día de huelga.

La existencia, entre otras muchas cosas, es un combate. Un combate contra la realidad exterior, claro está: contra jefes, políticos, policías, banqueros, contra todos esos malos de película de Ken Loach. Y también contra los nuestros, contra los que considerábamos los nuestros, al menos: amigos, familiares, pareja, personas que aparentemente están a nuestro lado de forma desinteresada, pero a los que mueven intereses y cálculos, que hacen lo que hacen a cambio de algo y que, como cazadores-recolectores de favores, emigraran hacia otras personas, hacia otros amigos, una vez conseguido de nosotros lo que esperaban, o al comprobar que de nosotros no pueden obtenerlo.

Aunque la vida no sólo es un combate contra los demás, contra cercanos y lejanos, conocidos y desconocidos. También, y sobre todo, es un combate contra uno mismo. Contra los propios defectos, contra las miserias, contra todo aquello que odiamos en los demás y nos negamos a reconocer como parte de nosotros, contra el miedo… Un miedo que mata la mente y nos paraliza, levanta una barrera invisible entre nosotros y nuestros sueños, o entre nuestros sueños y la materialización de los mismos. En muchas ocasiones conocerse no es amarse. Conocerte a ti mismo, como recomendaba el tito Sócrates, supone cargarse de argumentos para odiarte, pero también encontrar las vías para cambiar, para mejorar, para crecer.

Es imposible combatir a un enemigo si no se le conoce, o si, en una equivocación fatal, lo consideras como tu amigo. La ignorancia nos impide ver la verdad. Y el miedo, que nos susurra directamente al cerebro lo bien que se vive en la inopia, nos mantiene perennemente en la ignorancia. Miedo a conocer, miedo a luchar, miedo a cambiar. Miedo a reconocer que la vida no es como nos la cuentan, que a los que creemos nuestros amigos no les importamos una mierda, que los que dicen que velan por nosotros en realidad velan por ellos, miedo a sentirte utilizado, rechazado, maltratado, excluido, humillado…

Pero la vida, aunque hermosa, es dura, y negarse a verlo no cambia nada. Más bien ayuda a perpetuarlo todo. No nos convertimos en fines porque ignoremos que nos tratan como medios, no nos aman porque creamos que somos amados, los hambrientos no comen porque apartemos la mirada de su miseria, los presos no alcanzan la libertad porque ocultemos los muros de sus prisiones.

Es jodido tomarse la pastilla roja, abandonar el mundo de las sombras y prepararse para la anábasis. Y pudiera ser que no sirviera para nada. Pero la existencia es algo demasiado maravilloso como para pasarla en un universo paralelo de temores y mentiras. El primer paso, el desprendimiento del velo que tapa nuestros ojos, nos acerca a la verdad y nos prepara para la lucha. Y puede que algún día esa lucha dé sus frutos. Puede que del combate contra mí mismo salga una persona mejor, no desprovista pero sí menos dependiente de todas mis miserias. Puede que algún día aprenda a rodearme de otras personas que realmente merezcan la pena y responda al cariño con cariño y a las agresiones con agresiones, y no a la inversa. Puede que, unido a otros, transformemos el mundo injusto y opresivo que nos rodea en un mundo nuevo y dejemos de necesitar la idea de un paraíso fuera de la Tierra.

O puede que no. Pero, al menos, seré más sabio. Y más libre. No quiero más velos delante mis ojos. Por eso elegí la pastilla roja.


Dedicado a l@s que tuvieron la honestidad y la valentía de presentarme la verdad sin velos. Sois mi ejemplo.

viernes, 27 de agosto de 2010

El amanecer de los 'góticos fanegas'

Se las prometían muy felices los seguidores de la onda gótica-siniestra-vampírica hace unos pocos años cuando la moda, ese ciclo que siempre vuelve, volvió a colocar en el imaginario mediático ese submundo de lágrimas, sangre, oscuridad y seres fantásticos que a tantos fascina.

Una vez abierto el camino por Marilyn Manson, bandas menos radicales como Evanescence y Nightwish arrasaron en los festivales, películas hasta entonces de culto salieron de las catacumbas e incluso la literatura fantástica, considerada hasta entonces cosa de frikis (aunque en nuestro país toda la literatura parece cosa de frikis, ya que aquí ni dios lee), asaltó la gloria de los best-sellers.

Los supervivientes de la ola oscura de los 80 y los góticos de gabardina de cuero y botarras en pleno mes de agosto desconfiaban de esta resurrección gótica, achacándola a una moda pasajera y desdeñando a sus seguidores como advenedizos o ‘góticos de palo’, también llamados ‘góticos fanegas’ (los no pertenecientes a la secta Muchachada Nui, absténganse de leer este último chiste).

Para los que somos amantes, pero no practicantes, de la cultura gótica, este boom, en cambio, parecía una oportunidad de contactar con gentes afines, con fans de Clan of Xymox y de Edgar Allan Poe que no renegaran de otras manifestaciones culturales más luminosas. Pero los tiros no iban por ahí.

Deberíamos habernos dado cuenta, con el pelotazo de la saga Crepúsculo, de que este revival no era para tanto. Los punkis ya habíamos vivido algo similar a mediados de los 90, y los raperos a principios de milenio. Aplastada la creatividad por la presión de las cuentas de resultados, editoriales, discográficas y productoras tiran de modas pasadas o de culturas minoritarias para fabricar productos que se vendan como churros durante un par de años antes de caer en el olvido. La calidad, a la altura de la autenticidad. Si alguien duda de esta última afirmación, puede probar a escuchar cualquier tema de My Chemical Romance precedido de uno de Bauhaus, o leer una obra de Anne Rice a continuación de Luna Nueva y hacer la comparación correspondiente.

Así que, como tantas otras cosas, la pretendida nueva ola siniestra ha quedado más en una de tantas modas pasajeras que en otra cosa. Ni siquiera ha servido para atraer a un público más mayoritario al ambiente gótico.

El cierre de la sala Darkhole a finales de agosto parece a priori un contrasentido. ¿Una discoteca dedicada a los sonidos oscuros que cierra en plena fiebre gótica? Todo hacía pensar que los nuevos fans de los vampiros y la ropa negra se acercarían en masa, aunque sólo fuera por curiosidad, a una de las pocas salas siniestras de Madrid, que además no se caracteriza precisamente por su integrismo.

Pero ni aun así. Ni ‘góticos-de-verdad’, ni neogóticos, ni nada. El culto a la oscuridad concluye cuando se pasa la última página de Amanecer o cuando Bullet for my Valentine tocan el último bis. Y a otra cosa. Los amantes de Sisters of Mercy y Joy División nos quedamos un poco huérfanos, los fans de Tristania y Lacrimosa probablemente no derramarán lágrimas de sangre, y en cuanto a los que ahora flipan con las aventuras de Bella Swan con notas de Within Temptation de fondo, más les vale disfrutar de su momento, antes de que la industria cultural dictamine que lo siniestro ya no está de moda y que vuelve la luz, aunque sea en forma de Lady Caca.

jueves, 12 de agosto de 2010

Panem et futbolenses


Supongo que todo el mundo, en algún momento, ha parafraseado a Marx diciendo que el fútbol, y no la religión, es el verdadero opio del pueblo. En esas ocasiones, tiendo a defender este maravilloso deporte argumentando que, como cualquier otro producto cultural (entendiendo cultura en sentido amplio y no limitándola a las nueve bellas artes), el fútbol puede ser utilizado como instrumento de alienación, sí, pero también como medio de expresión colectiva, de liberación o de disfrute corriente y moliente. Sin contar con que jugadores como Forlán, Van Basten o Zidane han hecho felices a muchas personas, mientras que el común de los dirigentes políticos se limita a organizar guerras, recortar derechos y prohibirnos cosas.
Digo todo esto para que ninguno de los lectores de este blog me tache de intelectual progre-guay-antifutbolero. Pero mi pasión por el fútbol no me impide indignarme ante la utilización tan descarada como idiotizadora de los logros de (Reincidentes
dixit) “nuestra jodida Selección”. Asqueado estoy de ver que en pleno torbellino de crisis económica, pérdida de derechos sociales y extensión de injusticias de todo tipo, sólo un gol de un enano paliducho (al que, dicho sea de paso, admiro sobremanera) puede movilizar al grueso de la población española.
En estas circunstancias, no me sorprendió encontrar un artículo del
New York Times previo al Mundial de Sudáfrica en el que ya se advertía de la tendencia del Gobierno de Zapatero a utilizar el 'furbol', concretamente el combinado nacional, como cortina de humo, anestésico y antidepresivo que libre al pueblo de la percepción (que no de las consecuencias) de la crisis y las lesivas medidas gubernamentales que todos conocemos (despido libre, jubilación a los 67 años, planes de privatización de las cajas...).
No es una política nueva, y menos en España. Durante décadas, el régimen del Generalísimo Franco fomentó, para luego utilizarlos, los éxitos deportivos del club de su compinche Santiago Bernabéu. Copa de Europa tras Copa de Europa (en las que el Real Madrid tenía al principio la participación asegurada, ya que las Ligas se ganaban entonces por decreto), las celebraciones
merengues eran motivo de orgullo patrio (el que lo prefiera puede leer 'patriotero') y sedante para las preocupaciones cotidianas y no tan cotidianas de los españoles de los 50 y 60, que no disfrutaban de la holgura económica ni de las libertades que sí poseían los hinchas del Liverpool FC o el Borussia de Moenchengladbach, aunque qué más daba.
Y qué decir del gol de Marcelino a Rusia (entonces se llamaba la URSS, pero aquí nunca se ha entendido mucho de Geografía) en la Eurocopa del 64, primer triunfo de la furia, frente a las hordas bolcheviques, además. En Argentina, Videla y sus
milicos organizaron un Mundial, el del 78, que además ganaron de forma harto sospechosa, para distraer al personal mientras los opositores practicaban otro deporte menos saludable, el salto sin paracaídas sobre las aguas del Atlántico. No hemos cambiado, ni el pueblo ni los gobernantes, en medio siglo. Para probarlo, basta con retroceder un mes en la memoria.

lunes, 31 de mayo de 2010

Dos goles de Forlán, dos tetas de Inma Cuesta, dos días de gloria


Comenzaba el 14 de enero de 2010. Ese jueves, el Atlético de Madrid jugaba la eliminatoria de vuelta de los octavos de final de la Copa del Rey. Con el resultado de la ida, perdió 3-0 contra el Recreativo de Huelva, la cosa pintaba chunga. Todo apuntaba a un nuevo ridículo en una temporada hasta entonces desastrosa y a un nuevo año en blanco, y ya iban 13.
A lo largo del día, los acontecimientos me fueron convenciendo de que, aunque parezca lo contrario, los imposibles no existen. Además, 90 minutos daban para meterle muchos goles a un equipo mediocre que ni siquiera estaba en los puestos de cabeza de la 2ª división.
Llegaron las 10 de la noche y arrancó el partido en el Calderón. Con la tele sintonizada en La Sexta, me disponía a vivir una noche de emoción con epílogo triunfal. Pero los primeros 20 minutos de partido enfriaron mis expectativas. Un fútbol plano por parte del Atleti, ni una ocasión de gol… Decidí cambiar a La Primera y poner Águila Roja. Por lo menos vería los pechos de Inma Cuesta ceñidos por un corpiño blanco y me alegraría la noche.
Al cabo de otros 20 minutos de aventuras de capa y espada, anacronismos flagrantes y escotes en abundancia, no pude resistir más mi curiosidad y cambié al partido del Atleti. 2-0. Si lo llego a saber, me ahorro el primer cuarto de hora de partido. Volví al Águila Roja y a Inma Cuesta. Quedaba la segunda parte y dos goles por marcar para remontar la eliminatoria. Al final, ganamos 5-1, con diez minutos finales de tensión y angustia. Decididamente, nada era imposible. Me fui a la cama con una sensación postorgásmica y me prometí no perderme ninguna eliminatoria más hasta el final de la temporada.
Durante los jueves siguientes, el plan fue similar: a las 22 horas ponía el partido, 15 minutos después me desesperaba con el juego del Atleti y lo cambiaba por la belleza morena y rotunda de la señorita Cuesta. Cuando la inquietud podía conmigo volvía al fútbol y me encontraba con un resultado esperanzador o desesperanzador, pero que al final resultaba positivo para los intereses rojiblancos.
Llegó el debut en la Europa League contra el Galatasaray. El partido de vuelta fue a las siete de la tarde y no lo retransmitieron por televisión. Tuve que conformarme con escucharlo por la radio, y así viví el gol de Forlán en el minuto 93 que dejaba el resultado en 1-2 y daba al Atleti el pase a octavos de final. Desde que tenía memoria, el Atleti nunca había marcado un gol cuando lo necesitaba para resolver la eliminatoria; más bien lo había recibido cuando precisaba de conservar su portería imbatida. En esta ocasión había sido al revés. Y en una competición europea. Si había un año destinado para volver a la gloria, era éste.
Tras superar al Sporting de Lisboa, y al Valencia en el Vicente Calderón, en un partido que presencié en directo, quedaba la semifinal. Con el Liverpool. Los ingleses empataron la eliminatoria en Anfield Road y, al principio de la prórroga, metieron un segundo gol. El Atleti tenía que marcar sí o sí para meterse en la final y la historia se repitió. Pase de Jurado, gol de Forlán y a sufrir el último cuarto de hora, antes del pitido final y los abrazos con los otros fans del Atleti que estaban viendo el partido en un bar de mi barrio.
Lo demás ya es conocido. Primera Europa League de la historia. Final en Hamburgo el 12 de mayo contra el Fulham inglés. Un gol de Forlán para abrir el marcador, empate de los ingleses merced a un garrafal fallo defensivo y otro gol del Uruguayo en los últimos minutos de la prórroga. Dos goles que valían un título europeo.

No es necesario explicar cómo fue la fiesta esa noche en Neptuno. Y la noche siguiente en el mismo sitio. Por primera vez estuve en la plaza celebrando un título de verdad, en dos noches consecutivas en que las camisetas rojiblancas se adueñaron de Madrid. Me acordé entonces de la eliminatoria contra el Recreativo, de las tetas de Inma Cuesta y de los goles de Estambul y Liverpool, rodeado de miles de personas celebrando que nuestros sueños por una vez se habían hecho realidad. Sólo que no va a ser por una sola vez.

sábado, 6 de febrero de 2010

Bad Religion


Cuando a principios de los 80, las bandas de punk oscilaban entre el estilo rabioso de los seguidores de los Sex Pistols y el punk rock amable que triunfaba en los clubs y las radios, cuyos principales representantes son los Ramones, Bad Religion se descolgaba con un estilo que con el tiempo acabaría siendo conocido como Hardcore melódico. A la velocidad y contundencia de grupos como Bad Brains y Dead Kennedys, se unía una mayor presencia de la voz y la melodía, que entroncaba con estilos como el rock surfero típico del Sur de California y el incipiente rock alternativo americano de grupos como Hüsker Dü y R.E.M., que con el tiempo acabaría siendo estrella mundial.

Estas características se ven ya en su primer disco How Could Hell Be Any Worse?. Aunque el segundo, Into The Unknown, es un cambio hacia un rock más psicodélico, con el EP Bad Religion, en el que se incluye la canción que da nombre al grupo, vuelven a su estilo rápido y directo.

Al contrario que los grupos que hablaban o bien de los problemas de la edad del acné, o bien de la necesidad de destruir el sistema, las letras de Bad Religion abren el campo de los mensajes políticos a posturas más elaboradas e incluyen reflexiones más tendentes a la filosofía y a la existencia cotidiana. Junto a esto, aparecen referencias a obras pictóricas o literarias, como El señor de las moscas.

Es a finales de los 80, con el disco Suffer (1987) y, sobre todo, con el No Control (1989), cuando Bad Religion inventa el Hardcore melódico, salta a la fama mundial e inaugura la moda del punk californiano, que continuará con grupos como The Offspring, Green Day y NOFX, el primero y el último apadrinados por la banda a través de su discográfica Epitaph, que llegará a ser el sello independiente que más copias ha vendido de uno de sus discos (el Smash, de Offspring).

Durante cuatro o cinco años, la banda se mantiene como referencia mundial del punk rock, con álbumes como Against the Grain (1991) y Generator (1992), pero en 1993 cambian de discográfica, se van a Sony, y emprenden un camino de dulcificación de su sonido que les lleva más cerca del infierno -rechazo y olvido de los fans- que del paraíso mainstreaming. Luego llegan No Substance (1998) y The New America (2000), más cercanos al rock alternativo postgrunge que al hardcore melódico.

Viendo que no logran convertirse en un grupo masivo y que sus seguidores de siempre empezaban a abandonarles, Graffin, Gurevitz y compañía vuelven a su discográfica de toda la vida, Epitaph, y al sonido que les hizo grandes. En 2002, el mismo año que Sony publica el disco que le debían -el recopilatorio Punk Rock Songs (the Epic Years)-, Bad Religion saca el The Process of Belief, con el que empiezan a recuperar su esencia y su público en un solo trabajo. Esta línea sigue con el siguiente disco: The Empire Strikes First, lanzado en 2004 con un sonido contundente y unos temas basados en la denuncia de la política de George W. Bush, y el New Maps of Hell, con el que la banda conmemoraba su 25º aniversario y que constituye una denuncia del retorno de la sociedad occidental a la edad oscura.

Puede que, pese a todo, el momento de Bad Religion ya haya pasado, y que, ahora que el punk rock vuelve a estar de moda, sean bandas como The Hives o The International Noise Conspiracy las que han tomado su relevo. Pero no estaría de más recordar la influencia que el grupo ha tenido en bandas como Pearl Jam o Nirvana, y su contribución a la extensión de un sonido, el punk rock, en el que hace 20 años parecía que no había vida más allá de los Ramones y los Sex Pistols.


domingo, 24 de enero de 2010

Sylvia Kristel


Para la generación liberada de los años 70, la irrupción de un nuevo género cinematográfico denominado erótico o soft-porn fue una bendición del infierno. Chicas guapas, escenarios exóticos y una fotografía pastelosa/sugerente que reflejaba el gusto de la pequeña burguesía intelectual , que por aquel entonces era la clase social emergente (qué tiempos).

De entre todas las actrices, starlettes y similares que poblaron el cine erótico europeo (el norteamericano era otra historia) de aquellos años, la primera en destacar, y la que caló más hondo en la memoria colectiva del porno blando, fue la holandesa Sylvia Kristel. Nacida en Utrecht en 1956, esta mujer de belleza mitad lánguida, mitad pícara  debutó a lo grande en el cine con Emmanuelle, una cinta de 1974 que reunía todas las virtudes y tópicos del género: fotografía vaporosa (introducida por su director, Just Jaeckin, y David Hamilton), veleidades artísticas,  ambientes exóticos y escenas sexuales por aquel entonces transgresoras, que incluían varios momentos en los que la Kristel se lo montaba con mujeres de edad superior o inferior a la suya. Verdaderamente, la chica contaba con virtudes más que sobradas para convertirse en icono de este erotismo hiperestético: guapa, pero sin estridencias; atractiva, pero sin demasiadas curvas; de aspecto dulce a veces y salvaje otras. Una mujer a la que admirar, desear o compadecer según la ocasión; la fémina total, vamos,  por utilizar un concepto que ese año su paisano Johan Cruyff había puesto de moda en un terreno muy diferente.

Lanzada al estrellato de ese cine en el que el guión exigía  mostrar los encantos de la protagonista, Sylvia Kristel protagonizó una segunda parte, Emmanuelle 2, la antivirgen,  y una tercera y una cuarta. Se mudó a Estados Unidos, donde hizo de cortesana  francesa, de profesora particular, de Mata-Hari concupiscente y un sinfín de personajes más, siempre enseñando las tetas y siempre mostrando esa sonrisa entre ingenua e insinuante que se fue apagando,  cercada por la cocaína y los traumas sexuales de su adolescencia.

Cuando mi generación, entrando en la adolescencia a principios de los 90, la descubrió, ella casi ya no hacía cine. Pero nosotros no lo sabíamos. Antes de Ginger Lynn y Sarah Young, Sylvia Kristel (a pachas con Kim Basinger) fue nuestra primera maestra de curvas femeninas y gemidos preorgásmicos. La realidad nos enseñaría en los años siguientes que la vida no es una peli de Emmanuelle, que ir a Tailandia no garantiza cepillarse a ardientes esposas de diplomáticos frustrados y que la gente no se enrolla en los aviones como si tal cosa, pero la bella holandesa nos proporcionó ilusión para unos cuantos sueños, más o menos húmedos, más o menos románticos, según la tendencia de cada uno. Por eso la quisimos. Aunque no sirviera de nada.

martes, 19 de enero de 2010

Kolova

Para los no seguidores de 'La Naranja Mecánica' (tanto en su versión novelada de Anthony Burgess como en la cinematográfica de Kubrick), el Kolova era el bar que Alex y sus drugos tomaban como base de sus expediciones de sexo, drogas y ultraviolencia. Como verán, el tercer término de la trinidad enunciada por Frank Zappa no aparece; no hay rock and roll, pero sí hay Beethoven, así que vaya lo uno por lo otro.
Sabido esto, no es difícil imaginar que este blog que homenajea en su título a la distopía burgessiana va precisamente de eso: de sexo, de drogas, de ultraviolencia (entendida en su dimensión no sangrienta, esto es, como política) y de rock and roll (y similares). De la vida misma, vamos. Y como parte de la vida que es, intentará reflejar el todo de la mejor manera posible, o de la más divertida por lo menos.