Aunque es aconsejable no confiar ciegamente en las encuestas, sí
parece cosa hecha el éxito de Ciutadans en su salto a la política estatal,
previo rebranding. Sondeo tras
sondeo, Cuitadans –ahora Ciudadanos- figura entre los cuatro primeros partidos
del país en intención de voto, y a poca distancia de los otros tres. El último,
el Índice de Opinión Pública de Simple Lógica, socio de Gallup en España, sitúa
al partido naranja en cuarto lugar, con un 18% de intención de voto. Como la
política, al igual que la vida, es un juego de suma cero, no hay que ser muy
espabilado para darse cuenta de que esos votos vienen de alguna parte. Si
Ciudadanos pasa de la nada al 18%, ¿quién sufrirá las consecuencias de este
ascenso? ¿Quién, de haberlo, saldrá beneficiado?
Indudablemente, el gran perjudicado de la irrupción de
Ciudadanos en el panorama político nacional es UPyD. Los de Rosa Díez comparten
audiencia objetivo con los naranjitos:
canis, miembros de ForoCoches, todos aquellos que piensan que todos los
políticos son iguales, que odian a catalanes e inmigrantes por igual y
sostienen que la solución a todos los males es eliminar las autonomías y los
coches oficiales. Hasta ahora, el partido magenta se las prometía muy felices
en sus planes de capitalizar ese voto que prefiere la demagogia a la ideología.
Pero tras su fallida alianza con los de Albert Rivera, han visto cómo estos
salían de Cataluña dispuestos a hacerse fuertes en todo el Estado. La
importante cobertura mediática –casi siempre positiva- que ha tenido Ciudadanos
y el controvertido perfil de Díez han dejado fuera de juego a UPyD en cuestión
de semanas.
Pero, además de UPyD, hay otros dos partidos que pueden
sufrir una fuga de votos hacia Ciudadanos. Uno es el PP, otrora único
representante del voto útil de la derecha, paladín del neoliberalismo y
defensor de la sagrada unidad de España. Pero cuatro años de corrupción,
promesas incumplidas y alguna traición
que otra a sus votantes más ultras (v.g., el aborto) les han colocado en una
posición de cierta debilidad, con el problema de que por primera vez hay una
alternativa de voto seria. No estamos hablando de Falange ni de VOX, estamos
hablando de una alternativa al bipartidismo, la segunda que sale en menos de un
año, dicho sea de paso.
Es precisamente esa otra alternativa la que tiene motivos
para mirar con preocupación este fenómeno: Podemos. Como todo partido con
vocación de gobierno que se precie, Podemos ha jugado la baza de la
indefinición para atraer a cuantos más votantes mejor. Cualquiera que haya
escuchado sus propuestas puede darse cuenta de que se trata de un partido de
izquierdas, pero ha preferido aprovechar el discurso un tanto hueco del 15-M
para ganarse a los indecisos, a los que pasaban de política hace cinco años y a
los que no son “ni de izquierdas ni de derechas”. Así las cosas, Pablo Iglesias
y los suyos se dirigen por igual al electorado progresista y comprometido, y al
que no va más allá del “políticos ladrones” y el “yo soy español, español, español”.
La clave, a mi juicio, está en saber cuántos de los
potenciales votantes de Podemos pertenecen al primer grupo y cuántos al
segundo. Si los primeros son clara mayoría, el de la coleta no tiene de qué
preocuparse. Pero si la cosa se acerca al fifty-fifty,
o incluso se decanta del lado de los segundos, mejor que se vaya olvidando de
ser el Tsipras español. Ciudadanos tiene un líder joven, un discurso (muy)
moderadamente crítico con el sistema y, lo más importante, un apoyo incondicional
en muchos medios. A Rivera y a Villacís nadie les va a investigar sus
declaraciones de IVA ni les va a acusar de estar aliados con el maligno; de las
cuentas de Nart en Suiza casi ni se habla. Y eso, en un país donde el común de
sus súbditos sólo se cree lo que sale en la tele, significa mucho. Hay quien
dice, incluso, que un sector de los medios, asustado ante el avance de Podemos,
ha alimentado a Ciudadanos como alternativa sistémica al bipartidismo. Quizás
sea mucho decir, pero el trato mediático no es ni de lejos equiparable.
En cuanto a Izquierda Unida, a priori no tiene nada que
temer (ni que esperar). Por norma general, el electorado de IU es fiel,
concienciado y comprometido (quizá por eso mismo son tan pocos). La fuga de
votos ya la ha sufrido con Podemos y no es de esperar que un viejo militante
que conserva sus ideales marxistas o un intelectual de izquierdas se dejen
seducir por las palabras de Luis Garicano.
Queda un último actor: el PSOE. Mi siguiente argumento será,
probablemente, el más discutible. Pienso que es el único beneficiado, aunque de
soslayo, del auge de Ciudadanos. Naturalmente, estoy hablando de intención de
voto, no de pactos poselectorales, y ahí volvemos a lo dicho: aparte de UPyD,
los grandes perjudicados por Ciutadans –como les llama Cospedal- son el PP y
Podemos; es decir, los principales rivales del PSOE.
¿Tiene importancia esto, más allá del “enemigo de mi enemigo
es mi amigo”. Creo que sí. El sistema electoral español favorece, como sabemos,
a los partidos mayoritarios; concretamente, prima al más votado en cada
circunscripción. Si PP y Podemos pierden votos con destino a Ciudadanos, el
PSOE –que también conservaría el primer puesto en sus provincias- lograría además la mayoría en otras
circunscripciones más disputadas, como consecuencia del debilitamiento de sus
dos rivales. Esto sería especialmente pernicioso para Podemos, que no cuenta
aún con feudos y que, a pesar de concentrar muchos votos en el conjunto del
país, vería como ese apoyo no se traduce en un número equivalente de escaños.
El primer avance lo hemos visto en las elecciones andaluzas, pero hasta
noviembre todavía queda mucho y pueden pasar muchas cosas.