miércoles, 30 de diciembre de 2020

10 motivos por los que debes comprar en grandes centros comerciales si eres de izquierdas

Existe un mantra en la izquierda, repetido hasta la saciedad en los últimos tiempos, que santifica a las pymes y a los pequeños comerciantes. Seres de luz que representan un capitalismo humano, amable y cercano, muy distinto de la supuesta maldad depredadora de las grandes compañías. Compra en tu comercio de barrio y estarás haciendo la revolución proletaria, les falta decir. Sin embargo, si nos atenemos a las condiciones de sus trabajadores, el impacto económico en la sociedad y su responsabilidad social y medioambiental, los grandes centros comerciales, sin ser almas caritativas, respetan mucho más a sus trabajadores, al entorno y a la sociedad en general que esos pequeños empresarios que tanto idolatran algunos. Para muestra, 10 motivos con conciencia social para elegir una gran superficie estas fiestas:

1- Tratan mejor a sus trabajadores. Los sueldos y condiciones laborales, exceptuando el trabajo en fines de semana, son mejores en las empresas grandes. Sin ser el paraíso, hay más facilidades para tener una jornada reducida, se vigilan mejor los riesgos laborales, etc. Y los sueldos son más altos.

2- Sindicación y cooperación entre trabajadores. Lo anterior no es consecuencia de la bondad de los grandes empresarios del comercio, claro está. La clave reside en que las grandes cadenas emplean a muchos trabajadores, que pueden agruparse en sindicatos y unir fuerzas para mejorar sus salarios y condiciones, mientras que en un comercio pequeño que emplea a una o dos personas el trabajador está prácticamente solo, inerme ante la voluntad del jefe y/o el dueño. Y si reclama sus derechos, a la calle.

3- Dan trabajo a más personas. Una de las frases más repetidas por los pequeños comerciantes y hosteleros, sobre todo para argumentar su resistencia a la subida del salario mínimo o a la mejora de las condiciones de sus trabajadores, es que el empresario es quien crea empleo y riqueza. Si seguimos su propia lógica, un centro comercial que emplea a 200 personas será mejor que una tienda que da trabajo a dos, ¿no?

4- Ponen al trabajador en el centro. Todo empresario intenta extraer el máximo beneficio del trabajo de sus empleados. La diferencia es que las grandes firmas han evolucionado hacia una visión que contempla la experiencia de trabajo del empleado como un factor importante en la productividad que hay que cuidar. Para el pequeño empresario, en cambio, el trabajador debe darle las gracias por permitirle hacer horas extras a cambio de nada. Su gestión de recursos humanos se reduce a dos frases: “Es lo que hay” y “Si no te gusta, te vas”.  

5- Responsabilidad social corporativa. Es rara la gran compañía que, al menos de cara a la galería, no promueve valores positivos de convivencia: igualdad, solidaridad, sostenibilidad… El pequeño comerciante se jacta orgulloso de su racismo, su clasismo y su machismo.

6- Son más inclusivos y diversos. Como consecuencia, las posibilidades de ser contratado si no encajas en el modelo de país ideal del jefe son menores en un pequeño negocio. Y en caso de serlo, el riesgo de ser peor tratado por tu raza, género o ideas es más alto. 



7- Beneficios destinados a obra social. Derivado de la número 5, prácticamente todas las grandes empresas, incluyendo las del comercio, destinan una parte de sus beneficios a iniciativas solidarias: medio ambiente, educación, ayuda a familias menos favorecidas… El charcutero de tu barrio los destina a comprarse un Audi más gordo con le que darte en los morros.

8- Aportan más al común.
El fraude fiscal y laboral se da en empresas grandes, medianas y pequeñas. Sin embargo, a más nivel de ingresos, mayor contribución a las arcas públicas. Puede que los pequeños empresarios defrauden menos, pero es debido al menor conocimiento del Derecho tributario y las técnicas de elusión fiscal, no a un mayor sentido cívico.

9- El hilo musical es más agradable al oído. Con mejor o peor gusto, la gran superficie intenta poner música de fondo que guste a todos sus clientes. En la ferretería de al lado, tienes que escuchar a Jiménez Losantos y Carlos Herrera cagándose en los rojos, incluyéndote a ti.

10- No desprecian a sus clientes por su ideología. De derechas, de centro o de izquierdas, un cliente merece respeto, independientemente de la ideología de los directivos de la corporación. En el bar de la esquina, te toca aguantar al dueño llamándote "vago" y "muerto de hambre" por no ser dueño de tu propio negocio; eso cuando no aboga por fusilar a gente como tú.


 

 

lunes, 21 de diciembre de 2020

Biden, la decadencia de un imperio y su impacto en el resto del mundo

Polémica, remontada, suspense, amenazas… y al final ganó Biden. Las elecciones presidenciales de 2020 en Estados Unidos han sido fieles a esa regla tan yanki de que el espectáculo es lo que importa, dando más espectáculo que nunca, pero el resultado ha sido el mismo que apuntaban las encuestas desde hacía meses: victoria del demócrata Joe Biden y su segunda de a bordo Kamala Harris. A ello se suma la mayoría demócrata en el Congreso y la probable republicana en el Senado, lo que augura, como es habitual en los USA, dicho sea de paso, un equilibrio de poder bastante delicado y poco favorable a decisiones revolucionarias, que por otra parte no abundan en la política de Washington.  

Como es norma desde que Estados Unidos es una superpotencia, tras cada elección presidencial los demás países nos preguntamos cómo nos va a afectar la presencia del nuevo inquilino de Pennsylvania Avenue al resto del planeta. Y con mayor motivo en un contexto en el que, por primera vez desde hace tres décadas, el nuevo presidente de los EEUU no asume el mando de una potencia hegemónica a nivel mundial.

De hecho, el proceso de decadencia de la hegemonía estadounidense viene de más atrás. La propia  victoria de Trump en 2016 es consecuencia, entre otros factores, de la crisis económica de EEUU, provocada por el avance progresivo de la economía financiera en detrimento de la productiva, deslocalizada esta en el sureste asiático. Trump propone un repliegue proteccionista y una relocalización (en esto hay que reconocerle que ha sido un pionero), y eso le valió el voto de mucha clase obrera blanca afectada por la desindustrialización.

Pero, aunque a la interna la economía yanki no ha ido mal hasta principios de este año, Trump no ha logrado reducir las tasas de pobreza (creo que tampoco lo pretendía, este tipo de gente odia a los pobres como ya sabemos). Y a la externa, la perdida progresiva de poderío del dólar se ha acentuado en estos cuatro años en beneficio del yuan, y el ascenso de China al estatus de primera potencia económica es inevitable.

EEUU se encuentra inmerso en una Trampa de Tucídides con China: una potencia hegemónica en declive frente a otra en ascenso. ¿Como puede resolverse esta trampa? Normalmente a través de una guerra (que no tiene por qué ser militar). Y de esa guerra pueden salir tres escenarios. Uno, victoria de la potencia declinante y reafianzamiento de su hegemonía. Dos, victoria de la potencia ascendente y el consiguiente reemplazo como nueva potencia hegemónica. Tres, coexistencia más o menos forzada.

Personalmente, creo que el escenario uno es ya imposible. China será la nueva potencia mundial mas pronto que tarde, y ante eso EEUU puede optar por tres vías. La primera, admitir su declive y adaptarse a la nueva situación, conservando parte de su poderío (que no es poco) y manteniendo una actitud colaborativa con los nuevos amos del cotarro, los chinos. Es lo que hizo Inglaterra tras la Primera Guerra Mundial. La segunda, hundirse y pasar de superpotencia a país de segunda división. Es lo que hizo España en el Siglo XVII. La tercera, hundirse y llevarse al mundo occidental por delante con ellos.


Qasioun News Agency
https://www.youtube.com/watch?v=5GomGZViTrU

 

Parecía, a la luz de sus actos, que Trump prefería la tercera. De ahí que haya estado alimentando- con dinero y con asesores, al estilo americano- una suerte de Interterror Ultraderechista que auna a las milicias supremacistas blancas de Michigan, a los Gobiernos de Polonia y Hungría, a partidos como Vox en Europa occidental, a caudillos filofascistas como Bolsonaro y a los paramilitares ucranianos. En este sentido, la derrota de Trump más que la victoria de Biden puede suponer un alivio para las democracias occidentales. Pero no convendría alegrarse demasiado ni demasiado pronto: recordemos que fueron Obama y el propio Biden, con la activa colaboración de Hillary Clinton y John Kerry, quienes patrocinaron y armaron a esos mismos paramilitares ucranianos en 2014 y, anteriormente, a los fundamentalistas islámicos en Siria y Libia en 2011. Con demócratas o con republicanos, el dólar prevalece sobre la democracia.

Es por ello que Europa haría muy mal en seguir dependiendo de Estados Unidos, que no solo es el caballo perdedor, sino que además es un enemigo tradicional de Europa, aunque los dirigentes europeos lo nieguen. Valga el acto de presionar a Hungría para que no adopte la vacuna rusa como ejemplo criminal de rusofobia.

Lo mejor para EEUU (y para el resto del mundo) es que asumieran que el tiempo de las talasocracias atlánticas ya ha pasado y que adoptaran un nuevo papel, cediendo parte de su hegemonía cultural y, desde luego, militar y económica. China está conquistando África, pero ofreciendo infraestructuras y ayuda al desarrollo a cambio de los recursos naturales. En la pandemia se está viendo cómo en China han reaccionado poniendo el bien común por delante de los intereses individuales. Y no tienen el orgullo absurdo de pensar que lo suyo es lo mejor y no necesitan aprender de nadie. Aun siendo culturas muy diferentes, no nos vendría mal aprender de ellos.

Con todo, Europa todavía tiene cosas (inmateriales) que ofrecer al mundo. Somos un ejemplo en historia, en cultura, en Derechos Humanos, en Estado del Bienestar, en coexistencia democrática de ideas, fruto estas tres ultimas del periodo 1950-1990. Podemos aún jugar esa baza para pintar algo en el nuevo orden y tener un futuro decente. Pero esa baza no va a durar siempre. Y el seguidismo absurdo de los dictados de los USA, sean presididos estos por Biden o por Trump, que practican los dirigentes europeos desde hace décadas nos coloca en una pésima situación para aprovecharla.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Maradona, 'uno di noi', uno como nosotros

Dicen que los dioses son eternos. Pero a D10S, entendido como Maradona, le llegó su hora esta semana. Su persona, su parte física, su cuerpo, no serán eternos, obviamente, pero basta con ver las reacciones a su muerte en todo el mundo, especialmente en Argentina y en Nápoles, para darse cuenta de que el Pelusa ha alcanzado la eternidad que por principio le es negada a las personas humanas, reservada únicamente para las divinas y para unos pocos que dejan su huella en la historia. 

Aquellos que no gustan del fútbol se lamentan de que un futbolista haya logrado una gloria eterna que, según ellos, debería estar reservada para los grandes dirigentes, para escritores y pintores y, como mucho, para algún cineasta. La respuesta es clara: Maradona será eterno porque cambió la vida de mucha gente, mucho más –o mucho mejor- de lo que lo hayan podido hacer Aznar o Gordon Brown, Coixet o Vargas Llosa. Para comprender la trascendencia del 10 argentino por antonomasia habría que conocer historias como la de la noche del 3 de julio de 1990 en el estadio de San Paolo (Nápoles), hoy renombrado como Diego Armando Maradona. 

Esa noche, Argentina e Italia se jugaban el pase a la final del Mundial de Italia’90. Nápoles era la casa de Maradona, la estrella de Argentina, que había llevado al Napoli a ganarle una UEFA a los alemanes del Stuttgart y una Liga a los poderosos clubes del Norte, AC Milan y Juventus. Por primera vez, los del Mezzogiorno habían hecho morder el polvo, aunque fuera en un campo de fútbol, a aquellos que se habían mofado de ellos durante años. Así que era normal que los napolitanos tuvieran el corazón dividido esa noche.

Dividido hasta que los aficionados de otras partes de Italia que habían bajado a Nápoles a ver el partido empezaron a insultar a Maradona, el mayor peligro de Argentina. El talento provoca miedo y odio, ya lo sabemos. Los napolitanos que estaban en el campo, en SU campo, reaccionaron ante esa afrenta a uno de los suyos tirando las banderas de Italia y poniéndose a animar a Argentina. Al final el gol no lo marcó Maradona, sino Caniggia, y Argentina pasó por penaltis. 

Pero la lección de dignidad que dieron los napolitanos ese día es lo que cuenta: tu gente, aquello en lo que crees, vale mucho mas que un país, más que la bandera de un territorio en el que no has elegido nacer y sobre cuyas leyes poco o nada puedes decidir. Luego Maradona cayó al infierno y emergió mirando la vida mas allá del fútbol. Quizá esa noche tuviera algo que ver. Sea como fuere, para los que amamos el fútbol por encima de la patria y el negocio, Maradona será siempre uno di noi

Pero, se preguntan algunes estos días, ¿puede ser uno de los nuestros un cocainómano, un tipo que se iba de putas, que maltrataba a sus parejas? Sobre eso, el propio Maradona lo expresó mejor que nadie en el documental de Kusturica: “Me arrepiento del 99% de las cosas que he hecho en la vida. Lo único que hice bien lo hice con la pelota”. Parece claro que la coca, las prostitutas, los malos tratos y todo lo demás formarían parte de ese 99%.

Por otra parte, un cocainómano, un tipo que se va de putas, sí puede ser uno de los nuestros. De hecho, todos tenemos amigos, conocidos, personas cercanas, que lo hacen. Desgraciadamente, algunas personas incluso conocen a gente que ejerce malos tratos o, aun peor, los sufren directamente. Y ese “todos” incluye a figuras mediáticas y a dirigentes de los dos partidos políticos que, en España, aglutinan a los detractores de Maradona. Pero esos periodistas, artistas y políticos subidos al púlpito de la moral intachable eluden la crítica, e incluso veneran, a violadores, defraudadores de impuestos, proxenetas y hasta fascistas. ¿Por qué a Maradona, en cambio, lo atacan con saña?

Puede que la respuesta tenga que ver con esa historia del San Paolo. Maradona era un ídolo para los de abajo. Un chaval que creció en un barrio marginal y acabó derrotando a la selección de un imperio una tarde de 1986 en el Estadio Azteca; primero siendo más ladrón que los ingleses, luego jugando mejor que ellos. En Argentina y en Nápoles le adoraban, pero también en África y en Palestina; era un ídolo porque había llegado a ser el mejor del mundo en lo suyo, pero también porque no se había olvidado de dónde venía. Era uno de los nuestros, pero también era uno como nosotros. No tenía la conciencia de clase de Socrates o Lucarelli, pero supo mirar más allá del fútbol, y decía que cualquier chaval que jugara en un equipo alevín de barrio valía más que todos los directivos juntos.

Y de eso se trata. Los de abajo no tienen derecho a salir del barro, ya lo sabemos, pero para algunes ni siquiera tienen derecho a mirar a las estrellas. No basta con obligarles a vivir una vida de mierda, con tratarles como una mierda, también hay que recordárselo, que no se les olvide que son unos mierdas y, por supuesto, que sus ídolos también lo son.

Pero da igual. Maradona hizo feliz a mucha gente, les hizo soñar con que un día podían convertir sus vidas en algo tan mágico como un slalom entre jugadores rivales o un tiro de falta alojado en un rincón imposible de la portería. Por eso se encienden bengalas y se pintan murales en su honor. Por eso es eterno.

No obstante, es innegable que su vida no fue ejemplar. Aunque en cierta medida, yo creo que su vida sí fue un ejemplo; un ejemplo de que, por mucha pasta que te llegue de golpe, sin educación no vas a ninguna parte. Si en el ranchito donde creció Maradona hubiera tenido posibilidades de ir a una buena escuela, con unos buenos maestros, habría sabido pensar por sí mismo y asimilar mejor el dinero y la fama. Creo que, entre otras cosas, por eso alucinó tanto con Cuba: aunque estuvieran en serios apuros económicos, cualquier cubano recibía una educación para poder mirar cara a cara a cualquiera, y no ser presas fáciles de vendehumos. Deberían aplicarse el cuento el Yung Beef y unos cuantos traperos más y, sobre todo, tomar nota todos esos chavales que piensan que estudiar no vale para nada y que lo que cuenta es ganar pasta. Ni siquiera el mejor del mundo puede manejar su vida sin el conocimiento suficiente… aunque Maradona sí supo alegrársela a los demás.


viernes, 30 de octubre de 2020

Vallecas será el ‘Bloody Sunday’ de la izquierda

El domingo 30 de enero de 1972, las tropas británicas masacraban a los participantes en una manifestación pro-derechos civiles en Derry (Irlanda del Norte). Con 14 muertos y 30 heridos, la matanza fue conocida como Bloody Sunday (Domingo Sangriento). A raíz de aquello, muchos vecinos de la ciudad, principalmente jóvenes, abandonaron el movimiento que luchaba pacíficamente contra los abusos cometidos por los británicos en el Ulster y se pasaron directamente al IRA. 


    El jueves 24 de septiembre de 2020, los vecinos de Vallecas, hartos de la nefasta política sanitaria de la Comunidad de Madrid que había dejado el barrio como la zona con mayor incidencia de coronavirus de Europa occidental, se rebelaban contra una nueva medida de la presidenta Isabel Díaz Ayuso, tan ineficaz como injusta: confinar varias zonas de Vallecas, impidiendo la entrada y salida excepto para ir a trabajar y poco más, mientras otros barrios de Madrid continuaban con su vida normal pese a tener también tasas de incidencia preocupantes. 


    Las manifestaciones, exigiendo más personal sanitario en los centros de salud del barrio, más camas en los hospitales, más rastreadores y mayor frecuencia de paso en los convoyes de Metro que acabara con la saturación en andenes y vagones, se habían celebrado de manera pacífica durante cuatro días. Pero ese jueves, la concentración de vecinos de Vallecas a las puertas de la Asamblea, el Parlamento autonómico madrileño, sita en Entrevías, fue disuelta a palos por los antidisturbios de la Policía Nacional, dependiente del delegado del Gobierno en Madrid, José Manuel Franco –a la sazón también secretario general del PSOE en Madrid- y, en última instancia, del ministro del Interior, el socialista Fernando Grande-Marlaska. 


    “Nos dejan morir sin tomar medidas, nos encierran y, cuando protestamos, nos apalean y nos detienen”. Ese era el sentir de los vecinos de Vallecas esa noche de un Bloody Thursday, un Jueves Sangriento que sin tener la gravedad de aquel Bloody Sunday de Derry, afortunadamente para los manifestantes, sí se asemejaba a aquel en lo que tenía de punto de inflexión. Fue un día de toma de conciencia para muchos de que la salud y la justicia, digan lo que digan los que mandan, sí van por barrios; de hartazgo ante unas instituciones públicas que han ignorado olímpicamente los sufrimientos de los barrios del Sur de Madrid, los sociales y los económicos y ahora también los sanitarios; de desilusión máxima al comprobar que la policía pega igual con el PP que con los “socialcomunistas” en el Gobierno. 

 
    Las dos primeras quejas, la deficiente respuesta sanitaria y el confinamiento perimetral, iban contra la Comunidad de Madrid, en manos del PP. Pero los palos eran negociado del Gobierno de coalición PSOE-Podemos, el “más progresista de la historia” según sus integrantes. Abandonados y maltratados por sus tradicionales enemigos de clase, algo esperable al fin y al cabo, los vecinos del Sur eran para colmo aporreados por policías mandados por los que, supuestamente, son los suyos. ¿Cuál fue la respuesta de los partidos que conforman el Gobierno de coalición? En el caso del PSOE, silbar mirando para otro lado. En el de Podemos, criticar las cargas sin señalar a los responsables o, en los casos más lamentables, culpar a Díaz Ayuso, que no posee competencia alguna sobre la Policía Nacional, tomando por imbéciles a aquellos a los que supuestamente habían venido a defender en el Parlamento.


    Un mes después, y con un confinamiento ampliado y un estado de alarma mediante, la situación no ha cambiado para los barrios y pueblos más pobres de Madrid. Escasez de recursos sanitarios, mala atención, un transporte público peligrosamente saturado y un imaginario alimentado por la derecha madrileña y sus medios afines que señala con el dedo a los vecinos como culpables de su situación. Era difícil de creer que el PP, Ciudadanos y Vox fueran a tomar medidas para proteger a aquellos a los que desprecian, cuando no odian, profundamente: a los trabajadores, a los inmigrantes, a los pobres, a los que viven al Sur y al Este de la M-30. Pero, ¿y la izquierda? 


    Más allá de discursos vacíos y tuits redundantes, ni PSOE ni Podemos han movido un dedo para pararle los pies al demencial tándem Ayuso-Aguado. La oposición de Ángel Gabilondo e Isabel Serra en Madrid sería de chiste si no estuviera en juego algo tan serio como la salud y la vida de sus habitantes. Únicamente Más Madrid, con la médico Mónica García al frente, ha batallado contra las políticas sanitarias de la CAM, con más pasión que éxito, todo hay que decirlo. 


    Cuestión no muy distinta es la del Gobierno central. Salvo la aplicación del estado de alarma y el cierre de municipios en Madrid a mediados de octubre, una medida más efectista que efectiva, la reacción del Gabinete Sánchez-Iglesias ante los desmanes de Ayuso ha sido nula. Ni presión, ni intervención, ni investigación, sólo laissez faire, laissez passer, al más puro estilo de ese liberalismo al que tanto dicen denostar. Permitir  a Ayuso un cierre a la carta es la (pen)última decisión en esta línea de abandonar Madrid a su suerte, consintiendo a la presidenta llevar a cabo sus desquiciadas políticas sanitarias aunque se lleven a 70.000 personas por delante.


    Se diría que la estrategia de Sánchez e Iglesias es convertir a Ayuso en una nueva Puigdemont, siguiendo la estrategia del PP en 2017: renunciar a Cataluña para ganar votos en el resto de España alimentando la catalanofobia. La jugada les salió bien a medias, ya que parte de las nueces las ha recogido Vox. Pero PSOE y Podemos parecen dispuestos a permitir a Ayuso que haga lo que le dé la gana, hinchando el globo para presentarla ante el resto de España como ejemplo de lo mal que nos iría si el PP estuviera en la Moncloa, alimentando de paso la madrileñofobia y el miedo a los populares para ganar o mantener votos en Andalucía o Valencia. Eso explicaría también por qué Más País, un partido centrado en Madrid y con presencia casi nula en el resto del Estado, sí está dando la batalla en la comunidad. 


    ¿Qué quieren que hagan entonces los vecinos de Vallecas, de Villaverde, de Alcorcón o de Parla? Que sigan votándoles porque se supone que ellos son “los suyos”, aunque uno sólo pise el Sur en campaña y el otro saliera pitando a la sierra noble en cuanto ganó algo de pasta. Que les aplaudan porque ellos son el escudo que defiende a los pobres contra la amenaza de la ultraderecha, aunque en realidad mandan a su policía a escoltar a los ultraderechistas en Núñez de Balboa y a sacudir a los pobres cuando protestan. Que pongan la cara contra Ayuso, mientras ellos permiten y protegen todas sus tropelías. 


    De lo último, que no tengan duda. Los barrios y pueblos obreros de Madrid seguirán peleando contra sus enemigos de clase. Dudo mucho de que la gente que se manifiesta pidiendo unos servicios públicos decentes vote algún día a Vox. Pero no sé si les quedarán ganas de votar a PSOE o Podemos otra vez después de esta ignominiosa inacción ante la política criminal de la derecha. Ambos están cavando su propia fosa en Madrid. Maltratar a los tuyos para proteger a los otros implica perder a los primeros sin ganar nunca a los segundos.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Madrid, la derecha y la profecía autocumplida

"Madrid no es la tumba del fascismo. Es el paraíso de los pijos subnormales y los policías fachas”. Así rezaba un meme, impreso sobre la icónica foto del cartel “No pasarán” en la calle Toledo durante la Guerra Civil, que circulaba en mitad de la revuelta de los Cayetanos de mayo, difundido por integrantes de Podemos Comunidad Valenciana. En términos similares se expresaban militantes de otros partidos de izquierdas y de otras regiones: “Que se jodan”, “que cierren Madrid y se confinen con Díaz Ayuso”, “que disfruten lo votado”. Más allá del tradicional pique Madrid-periferia, de la habitual madrileñofobia o de unas relaciones entre pueblos marcadas por el desconocimiento y el topicazo en todas direcciones –el “disfruten lo votado” también se lo rebozan con frecuencia a gallegos, andaluces o castellanos-, el meme y las frases denotan dos fenómenos bastante graves.

El primero, una absoluta falta de respeto a los y las antifascistas de Alcorcón, Vallecas, Usera o Moratalaz que salieron a la calle a enfrentarse a los de las cacerolas. El segundo, la implantación en el imaginario colectivo al sur de los Pirineos de la idea de que Madrid es un feudo de la derecha, de que los reaccionarios son la mayoría social por aquí y de que el PP gobernará hasta el fin de los siglos.

Pero, ¿es esto cierto? ¿Es Madrid de derechas, estamos predestinados a sufrir las privatizaciones y el saqueo de las Aguirre, Ayuso y compañía per secula seculorum, tenemos realmente lo que nos merecemos? ¿O se trata más bien de lo que los científicos sociales llaman una profecía que se cumple a sí misma? Y lo más importante: ¿estamos condenados o es que lo hemos hecho fatal hasta ahora y simplemente sufrimos las consecuencias?

Para empezar, viene bien dejar los memes por un momento y fijarse en los datos. Las elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid en mayo de 2019 registraron una victoria del PSOE de Ángel Gabilondo con 880.000 votos, 165.000 más que el PP y un 27,3% del total. Más Madrid y Podemos, por su parte, alcanzaron 470.000 y 180.000 votos, respectivamente. Fue la suma de diputados de las tres derechas la que le dio mayoría sobre la izquierda: 68 frente a 64. Cuatro escaños de diferencia en la Asamblea de Madrid. No parece un balance muy hegemónico para la derecha. 

 

Foto: Wikipedia

 

Pero, aunque por escasa diferencia, lo cierto es que ganó la derecha, no la izquierda. ¿Por qué? Bien es sabido que a la gente de derechas le gusta votar. Quizás en los grupos de WhatsApp de la familia digan que todos los políticos son iguales y que la democracia es una basura, pero votan. Si se presenta Ayuso, la votan. Si se presenta David Pérez, le votan. Si se presenta un palillo con un moco pinchado en la punta, le votan. Por lo general –hay excepciones en todas partes, naturalmente-, el votante de izquierdas es más crítico. Si una candidatura le resulta interesante y le ilusiona, la votará. Si no, se quedará en casa decepcionado, o, en el mejor de los casos, circunscribirá su acción política al activismo en el trabajo, en el barrio o en la calle.

La siguiente pregunta está clara: ¿presentan los partidos de izquierdas candidaturas interesantes e ilusionantes en Madrid? El PSOE lleva años, desde la retirada de Juan Barranco de la política madrileña, poniendo aspirantes mediocres a más no poder. Ministros y secretarios de Estado quemados, el alcalde del tranvía de Parla y un entrenador de baloncesto, por ejemplo. Ángel Gabilondo rompió esa tónica, pero ha demostrado carecer de garra para liderar la oposición. En Podemos, tres cuartos de lo mismo. Ni el primer candidato, José Manuel López; ni la última, Isa Serra, ni el futurible, Jesús Santos, poseen el carisma ni la talla política de las primeras figuras estatales, ni siquiera los de alguna autonómica como Pablo Fernández o la antaño podemista Teresa Rodríguez. Otro gallo podría haber cantado en Más Madrid, pero la huida hacia arriba de Íñigo Errejón y la división interna entre errejonistas y carmenistas tampoco auguran un ticket potente para 2023, salvo que estrellas emergentes como Mónica García reviertan la situación.

Da la sensación de que los partidos de izquierda han comprado esa identificación de Madrid con derecha y han derivado en un pasotismo que les lleva a no molestarse en dar la batalla por la región. Las figuras políticas que salen de Madrid, que las hay, dan el salto al nivel estatal en cuanto pueden, como si una conciencia invisible les susurrara lo mismo que le decía el viejo proyeccionista al chaval de Cinema Paradiso: “Márchate, esta tierra esta maldita”. Y así, al sentirse despreciados por los partidos de izquierda, se crea en los madrileños poco politizados una conciencia del PP como “partido nacional madrileño”, como lo fue el PSOE en Andalucía, CiU en Cataluña, y lo siguen siendo el PNV en Euskadi y el propio PP en Galicia, disparándolo a la condición de partido hegemónico. El daño que Aguirre, Ayuso y compañía han hecho y hacen a Madrid queda en segundo plano frente a esta imagen falaz.

Llegamos así a una profecía autocumplida. Madrid no es de derechas. En las autonómicas ganó el PSOE, como hemos visto. En el ayuntamiento de la capital, Martínez-Almeida quedó segundo en las elecciones y es alcalde por los pelos. Los distritos de Salamanca y Chamartín suman menos habitantes que Vallecas, donde nunca ha ganado la derecha. Madrid también es la periferia rojimorada del Sur, es Distrito 14 dando la cara en la calle y la AV de Aluche repartiendo comida entre sus vecinos. Pero muchos, dentro y fuera de la comunidad, no lo ven así, consideran hecha la derechización de manera acrítica y dan Madrid por perdida.

Es esta una situación terriblemente peligrosa. Huérfanos de una izquierda que les ignora y les insulta, que sólo ve en Madrid un campo de batalla entre facciones o un trampolín hacia puestos estatales, muchos cometerán el error de creer que el partido de los Cayetanos es el de todos los madrileños, y picarán. O, lo más probable, pasarán de votar porque para qué. Y así, aunque Madrid siga sin ser pija ni de derechas, corremos el riesgo de que sus instituciones lo sean para siempre. A no ser que esos colectivos que dan la cara en la calle, esas asociaciones que cuidan de sus vecinos y esa gente organizada lo remedien. A no ser que vuelvan las AUPA, los Ganemos y los Madrid en Pie, con más alcance y con el conocimiento que dan los errores pasados. Pero si ello es o no posible, y cómo abordarlo, ya es tema para otro artículo.