lunes, 30 de noviembre de 2020

Maradona, 'uno di noi', uno como nosotros

Dicen que los dioses son eternos. Pero a D10S, entendido como Maradona, le llegó su hora esta semana. Su persona, su parte física, su cuerpo, no serán eternos, obviamente, pero basta con ver las reacciones a su muerte en todo el mundo, especialmente en Argentina y en Nápoles, para darse cuenta de que el Pelusa ha alcanzado la eternidad que por principio le es negada a las personas humanas, reservada únicamente para las divinas y para unos pocos que dejan su huella en la historia. 

Aquellos que no gustan del fútbol se lamentan de que un futbolista haya logrado una gloria eterna que, según ellos, debería estar reservada para los grandes dirigentes, para escritores y pintores y, como mucho, para algún cineasta. La respuesta es clara: Maradona será eterno porque cambió la vida de mucha gente, mucho más –o mucho mejor- de lo que lo hayan podido hacer Aznar o Gordon Brown, Coixet o Vargas Llosa. Para comprender la trascendencia del 10 argentino por antonomasia habría que conocer historias como la de la noche del 3 de julio de 1990 en el estadio de San Paolo (Nápoles), hoy renombrado como Diego Armando Maradona. 

Esa noche, Argentina e Italia se jugaban el pase a la final del Mundial de Italia’90. Nápoles era la casa de Maradona, la estrella de Argentina, que había llevado al Napoli a ganarle una UEFA a los alemanes del Stuttgart y una Liga a los poderosos clubes del Norte, AC Milan y Juventus. Por primera vez, los del Mezzogiorno habían hecho morder el polvo, aunque fuera en un campo de fútbol, a aquellos que se habían mofado de ellos durante años. Así que era normal que los napolitanos tuvieran el corazón dividido esa noche.

Dividido hasta que los aficionados de otras partes de Italia que habían bajado a Nápoles a ver el partido empezaron a insultar a Maradona, el mayor peligro de Argentina. El talento provoca miedo y odio, ya lo sabemos. Los napolitanos que estaban en el campo, en SU campo, reaccionaron ante esa afrenta a uno de los suyos tirando las banderas de Italia y poniéndose a animar a Argentina. Al final el gol no lo marcó Maradona, sino Caniggia, y Argentina pasó por penaltis. 

Pero la lección de dignidad que dieron los napolitanos ese día es lo que cuenta: tu gente, aquello en lo que crees, vale mucho mas que un país, más que la bandera de un territorio en el que no has elegido nacer y sobre cuyas leyes poco o nada puedes decidir. Luego Maradona cayó al infierno y emergió mirando la vida mas allá del fútbol. Quizá esa noche tuviera algo que ver. Sea como fuere, para los que amamos el fútbol por encima de la patria y el negocio, Maradona será siempre uno di noi

Pero, se preguntan algunes estos días, ¿puede ser uno de los nuestros un cocainómano, un tipo que se iba de putas, que maltrataba a sus parejas? Sobre eso, el propio Maradona lo expresó mejor que nadie en el documental de Kusturica: “Me arrepiento del 99% de las cosas que he hecho en la vida. Lo único que hice bien lo hice con la pelota”. Parece claro que la coca, las prostitutas, los malos tratos y todo lo demás formarían parte de ese 99%.

Por otra parte, un cocainómano, un tipo que se va de putas, sí puede ser uno de los nuestros. De hecho, todos tenemos amigos, conocidos, personas cercanas, que lo hacen. Desgraciadamente, algunas personas incluso conocen a gente que ejerce malos tratos o, aun peor, los sufren directamente. Y ese “todos” incluye a figuras mediáticas y a dirigentes de los dos partidos políticos que, en España, aglutinan a los detractores de Maradona. Pero esos periodistas, artistas y políticos subidos al púlpito de la moral intachable eluden la crítica, e incluso veneran, a violadores, defraudadores de impuestos, proxenetas y hasta fascistas. ¿Por qué a Maradona, en cambio, lo atacan con saña?

Puede que la respuesta tenga que ver con esa historia del San Paolo. Maradona era un ídolo para los de abajo. Un chaval que creció en un barrio marginal y acabó derrotando a la selección de un imperio una tarde de 1986 en el Estadio Azteca; primero siendo más ladrón que los ingleses, luego jugando mejor que ellos. En Argentina y en Nápoles le adoraban, pero también en África y en Palestina; era un ídolo porque había llegado a ser el mejor del mundo en lo suyo, pero también porque no se había olvidado de dónde venía. Era uno de los nuestros, pero también era uno como nosotros. No tenía la conciencia de clase de Socrates o Lucarelli, pero supo mirar más allá del fútbol, y decía que cualquier chaval que jugara en un equipo alevín de barrio valía más que todos los directivos juntos.

Y de eso se trata. Los de abajo no tienen derecho a salir del barro, ya lo sabemos, pero para algunes ni siquiera tienen derecho a mirar a las estrellas. No basta con obligarles a vivir una vida de mierda, con tratarles como una mierda, también hay que recordárselo, que no se les olvide que son unos mierdas y, por supuesto, que sus ídolos también lo son.

Pero da igual. Maradona hizo feliz a mucha gente, les hizo soñar con que un día podían convertir sus vidas en algo tan mágico como un slalom entre jugadores rivales o un tiro de falta alojado en un rincón imposible de la portería. Por eso se encienden bengalas y se pintan murales en su honor. Por eso es eterno.

No obstante, es innegable que su vida no fue ejemplar. Aunque en cierta medida, yo creo que su vida sí fue un ejemplo; un ejemplo de que, por mucha pasta que te llegue de golpe, sin educación no vas a ninguna parte. Si en el ranchito donde creció Maradona hubiera tenido posibilidades de ir a una buena escuela, con unos buenos maestros, habría sabido pensar por sí mismo y asimilar mejor el dinero y la fama. Creo que, entre otras cosas, por eso alucinó tanto con Cuba: aunque estuvieran en serios apuros económicos, cualquier cubano recibía una educación para poder mirar cara a cara a cualquiera, y no ser presas fáciles de vendehumos. Deberían aplicarse el cuento el Yung Beef y unos cuantos traperos más y, sobre todo, tomar nota todos esos chavales que piensan que estudiar no vale para nada y que lo que cuenta es ganar pasta. Ni siquiera el mejor del mundo puede manejar su vida sin el conocimiento suficiente… aunque Maradona sí supo alegrársela a los demás.