sábado, 25 de febrero de 2012

Izquierda, sindicatos y 15-M: divide y vencerás


Se hablaba en la manifestación del 19 de febrero contra la reforma laboral del PP de la conveniencia de que el Movimiento 15-M hubiera acudido en un “bloque crítico”. Una especie de manifestación aparte, con el mismo recorrido y objetivo que la principal, pero con pancartas y eslóganes diferentes, además de una separación física entre una marcha y otra que dejara bien a las claras la diferencia entre el movimiento y los sindicatos mayoritarios.
Defendían los impulsores del “bloque crítico” que, ante el desprestigio de CC OO y UGT, ir de la mano con ellos supondría dar munición a los que esperan con la escopeta cargada cada paso en falso del 15-M, que ir juntos pero no revueltos se vería como un signo de que hay una alternativa en la lucha por los derechos de los trabajadores y tal.

Pues bien, esos que no desde mayo del año pasado, sino desde siempre, han azuzado la desconfianza o el odio a todo movimiento subversivo en general, lo vieron de otro modo. La Gaceta titulaba el lunes “Enfrentamiento entre 15-M y sindicatos”. Los abucheos en Sol a los discursos de los dirigentes de Comisiones Obreras y UGT y el huevo que un perroflauta arrojó a Cándido Méndez eran motivo suficiente para escribir “los indignados, como todos, también creen que los sindicatos no representan a nadie”. Incluso los ya clásicos “no nos representan” y “toma la calle” fueron utilizados en una contramanifestación contra CC OO y UGT en Twitter. Los trabajadores contra los sindicatos. El sueño húmedo de todo empresario.
Cierto es que en los años 90, después de tres huelgas generales contra el Gobierno del PSOE, Felipe González tuvo la astuta idea de poner en manos de los sindicatos de clase los ingentes fondos que llegaban de la UE para “promover las políticas de formación en el empleo” (esos cursos del INEM que hacemos cuando estamos en el paro y que no sirven para nada más que para hacer colegas y pasar el rato fuera de casa, dicho en buen romance). Tanta generosidad, es cierto, tenía su efecto perverso: si CC OO y UGT se ponían demasiado revoltosos, el Estado podía dejar de soltar la gallina. Cierto es también que las dos centrales mayoritarias pactaron la reforma del PP de 1997, que avanzaba –como todas- en el desmontaje del sistema de derechos de los trabajadores. Cierto es, por tanto, que se han ganado a pulso la pérdida de confianza de la clase obrera de este Estado, pero…
Pero CC OO y UGT suman dos millones y medio de afiliados, poseen una capacidad de convocatoria y de organización que para sí quisieran IU o el propio 15-M, tienen una experiencia de lucha de 120 años una y 55 la otra y, sobre todo, les guste o no, los empresarios y el Gobierno tienen que vérselas con ellos a la hora de remodelar el mapa social español.

Sobre lo primero, dudo mucho que los 2.500.000 sindicalistas estén untados o sean por esencia traidores a la causa obrera (Esperanza Aguirre dice lo contrario, pero yo no me lo creo). Igual que el pueblo no coincide exactamente con la política de sus dirigentes, en el caso de los sindicatos sucede algo parecido. Cierto es que puedes darte de baja, abandonar la vía sindical e ir por libre; así, tú solo, podrás enfrentarte en mejores condiciones al empresario (modo Ironía: activado). En cuanto a lo segundo, la experiencia es un grado, otra cosa es que la dilapiden. Y respecto a lo tercero, dos huelgas generales convocadas por los sindicatos y miles de personas en la calle pararon las reformas laborales de 1988 y 2002, mientras que de IU se ríe todo el mundo en el Congreso y a los indignados no nos hicieron ni puto caso cuando éramos 25.000 en Sol, mucho menos ahora, con 30 personas en una asambleílla de barrio.

Podemos ir de guays, decir que los indignados somos los únicos puros, los únicos que defendemos a los ciudadanos y a los trabajadores. Pero no es así. También hay sindicalistas que lo hacen, dándose de hostias en los comités y currándoselo en encierros y manifestaciones que no salen en la prensa. Ellos no son el enemigo y, mientras nuestros intereses y caminos sean convergentes deberíamos ir junto a ellos. Sin dejarnos embaucar por Méndez y Toxo, sí; promoviendo la crítica dentro de los propios sindicatos, también; sin renunciar a nuestra identidad y a nuestro modo de organización, naturalmente; conservando un discurso propio (vb. huelga general), por supuesto. Pero confundirnos de enemigo es un error. Pedir que los representantes sindicales abandonen el consejo de administración de Bankia es dejarlo en manos de los profesionales de la rapiña y los políticos corruptos. Decir que no nos representan es ceder esa parte de representación a los empresarios que nos explotan. Y, sobre todo, dirigir nuestra ira contra otros sectores de la izquierda es precisamente lo que el Gobierno, el PP, los empresarios, la banca y sus sicarios mediáticos esperan. Divide y vencerás.