lunes, 31 de mayo de 2010

Dos goles de Forlán, dos tetas de Inma Cuesta, dos días de gloria


Comenzaba el 14 de enero de 2010. Ese jueves, el Atlético de Madrid jugaba la eliminatoria de vuelta de los octavos de final de la Copa del Rey. Con el resultado de la ida, perdió 3-0 contra el Recreativo de Huelva, la cosa pintaba chunga. Todo apuntaba a un nuevo ridículo en una temporada hasta entonces desastrosa y a un nuevo año en blanco, y ya iban 13.
A lo largo del día, los acontecimientos me fueron convenciendo de que, aunque parezca lo contrario, los imposibles no existen. Además, 90 minutos daban para meterle muchos goles a un equipo mediocre que ni siquiera estaba en los puestos de cabeza de la 2ª división.
Llegaron las 10 de la noche y arrancó el partido en el Calderón. Con la tele sintonizada en La Sexta, me disponía a vivir una noche de emoción con epílogo triunfal. Pero los primeros 20 minutos de partido enfriaron mis expectativas. Un fútbol plano por parte del Atleti, ni una ocasión de gol… Decidí cambiar a La Primera y poner Águila Roja. Por lo menos vería los pechos de Inma Cuesta ceñidos por un corpiño blanco y me alegraría la noche.
Al cabo de otros 20 minutos de aventuras de capa y espada, anacronismos flagrantes y escotes en abundancia, no pude resistir más mi curiosidad y cambié al partido del Atleti. 2-0. Si lo llego a saber, me ahorro el primer cuarto de hora de partido. Volví al Águila Roja y a Inma Cuesta. Quedaba la segunda parte y dos goles por marcar para remontar la eliminatoria. Al final, ganamos 5-1, con diez minutos finales de tensión y angustia. Decididamente, nada era imposible. Me fui a la cama con una sensación postorgásmica y me prometí no perderme ninguna eliminatoria más hasta el final de la temporada.
Durante los jueves siguientes, el plan fue similar: a las 22 horas ponía el partido, 15 minutos después me desesperaba con el juego del Atleti y lo cambiaba por la belleza morena y rotunda de la señorita Cuesta. Cuando la inquietud podía conmigo volvía al fútbol y me encontraba con un resultado esperanzador o desesperanzador, pero que al final resultaba positivo para los intereses rojiblancos.
Llegó el debut en la Europa League contra el Galatasaray. El partido de vuelta fue a las siete de la tarde y no lo retransmitieron por televisión. Tuve que conformarme con escucharlo por la radio, y así viví el gol de Forlán en el minuto 93 que dejaba el resultado en 1-2 y daba al Atleti el pase a octavos de final. Desde que tenía memoria, el Atleti nunca había marcado un gol cuando lo necesitaba para resolver la eliminatoria; más bien lo había recibido cuando precisaba de conservar su portería imbatida. En esta ocasión había sido al revés. Y en una competición europea. Si había un año destinado para volver a la gloria, era éste.
Tras superar al Sporting de Lisboa, y al Valencia en el Vicente Calderón, en un partido que presencié en directo, quedaba la semifinal. Con el Liverpool. Los ingleses empataron la eliminatoria en Anfield Road y, al principio de la prórroga, metieron un segundo gol. El Atleti tenía que marcar sí o sí para meterse en la final y la historia se repitió. Pase de Jurado, gol de Forlán y a sufrir el último cuarto de hora, antes del pitido final y los abrazos con los otros fans del Atleti que estaban viendo el partido en un bar de mi barrio.
Lo demás ya es conocido. Primera Europa League de la historia. Final en Hamburgo el 12 de mayo contra el Fulham inglés. Un gol de Forlán para abrir el marcador, empate de los ingleses merced a un garrafal fallo defensivo y otro gol del Uruguayo en los últimos minutos de la prórroga. Dos goles que valían un título europeo.

No es necesario explicar cómo fue la fiesta esa noche en Neptuno. Y la noche siguiente en el mismo sitio. Por primera vez estuve en la plaza celebrando un título de verdad, en dos noches consecutivas en que las camisetas rojiblancas se adueñaron de Madrid. Me acordé entonces de la eliminatoria contra el Recreativo, de las tetas de Inma Cuesta y de los goles de Estambul y Liverpool, rodeado de miles de personas celebrando que nuestros sueños por una vez se habían hecho realidad. Sólo que no va a ser por una sola vez.