miércoles, 30 de diciembre de 2015

Mujeres de ensueño: II) Bo Derek

Si la cultura es reflejo de la sociedad de cada época, lo mismo podría decirse de los mitos eróticos. Mujeres voluptuosas o andróginas, frágiles o fatales, rubias o morenas, pueblan los sueños de los varones de cada generación, al tiempo que construyen su modelo ideal de mujer. 

            En los 80, la era del triunfo definitivo del imperio yanqui a escala global, el modelo erótico occidental era la rubia californiana: pelo liso, ojos claros, cintura estrecha, pechos generosos. Y dentro de ese prototipo femenino, el primer sex symbol de la década fue Bo Derek

            Más allá de modelos y prototipos, o de su calidad como actriz, Bo Derek fue una de las protagonistas de las primeras fantasías eróticas de aquellos que despertaban a la sexualidad a lo largo de esa década. Todavía era una desconocida cuando en 1980, 10, la mujer perfecta –un título de lo más adecuado- la catapultó a la fama. Melena rubia interminable, belleza impresionante, formas perfectas, un aire entre provocativo e inocente eran sus armas, expuestas también pocodespués en la revista Playboy.



            La carrera de Bo Derek como mito erótico continuó a lo largo de los años 80, con películas de calidad descendente y de leitmotiv recurrente: su anatomía desnuda o vestida. Bolero y Tarzán la hicieron un referente sexual como anteriormente lo habían sido Marilyn Monroe, Brigitte Bardot o Farrah Fawcett. 

            Pero sus virtudes fueron también su condena. Su marido y agente, John Derek, director también de sus primeras películas y experto en ligarse a rubias despampanantes, explotó los atributos de Bo una y otra vez. Nunca sabremos si tenía facultades para ser una buena actriz. El público acudía a las salas de cine para verle las tetas, y punto. Hasta que Kim Basinger y Sharon Stone, encumbradas con Nueve semanas y media e Instinto básico, la sustituyeron en el trono de la rubia sex symbol por excelencia y tuvo que exiliarse en el universo cutre de los telefilmes.  

            Ahora Bo Derek ya no hace cine. Se dedica a la cría de caballos y a apoyar al Partido Republicano –¿quién dijo que el bien y la belleza van indisolublemente unidos?-. Queda de ella el recuerdo, los miles de suspiros derramados contemplando sus fotos y visionando sus películas, los sueños de preadolescentes deseosos de encontrar algún día una rubia como ella, tan bella que pareciera perfecta, las fantasías alimentadas por el exotismo de sus escenas, y su imagen corriendo por la playa o galopando desnuda a lomos de un caballo. Bien mirado, no hay tantas actrices de las que se pueda decir lo mismo. Gracias, Bo.

viernes, 16 de octubre de 2015

Atleti 2015, el año del retroceso

Volvió el fútbol, volvió la Liga y volvió el Atleti, este año sin un título que echarnos a la boca como en los tres anteriores. Vuelven también las conversaciones de todos los años por estas fechas, que si este año ganaremos algo, que si somos aspirantes al título, que si podemos repetir la final de la Champions de 2014.

Y vuelven, desgraciadamente, los lamentos por los que se fueron en verano. A Mandzukic, pese a su indudable compromiso con el equipo y al gol que nos dio nuestro último título –la Supercopa de España 2014-, no son muchos los que le echarán de menos. Otra historia es Arda Turan. Uno de los jugadores con más talento de la historia del Atlético de Madrid se fue a un club donde la clase se valora más (y con más pasta, dicho sea de paso) y dejó un déficit suplementario de calidad en un centro del campo que no brilla precisamente por el talento.

Curiosamente, después de una temporada 2014-2015 en la que el Atleti cumplió pero no estuvo a la altura, en títulos ni en juego, de lo esperado, el Cholo prometió una revolución en el equipo, dándole a Koke el manejo del centro del campo. La promesa nos ilusionó a muchos, los que recordamos que jugar rápido, intenso y bien no son cosas incompatibles. Con Koke de medio centro, todo apuntaba que el Atleti sería más creativo, tendría más recursos y aunaría velocidad y buen juego, como el mítico Atleti de los 70. 

Pero la pretemporada fue transcurriendo y Koke regresó, tras un par de pruebas como 5, a la banda izquierda de siempre. El esperado recambio de Arda no fue tal, sino un par de extremos –Vietto y Carrasco- prometedores pero más dotados para la carrera que para el toque. Afortunadamente, volvió Oliver, al que algunos ya nos temíamos vendido al Oporto. Y la renovación quedó ahí.

El primer partido de la Liga, una victoria 1-0 en casa ante la UD Las Palmas, dejó algo de brillo en la primera parte y mucho sopor en la segunda. El Atleti ganó gracias al portero y al delantero más en forma del equipo, pero no convenció a casi nadie. Los siguientes partidos ante Sevilla y Galatasaray dejaron mejor imagen, pero contra el Getafe se volvió al brillo escaso y el tostón durante la mayor parte del partido, algo que se repitió en el derby contra el Real Madrid.  

Preocupa que al inicio de la quinta temporada de Simeone, el Atleti juega peor que al inicio de la segunda (recordemos el Atleti-Chelsea de septiembre de 2012). No entraré en el tema de que los nuevos fichajes –sobre todo Vietto- no son titulares. Al fin y al cabo, el Atleti es un equipo grande (algo que algunos parecen olvidar) y ningún equipo que aspire a títulos tiene solamente 11 jugadores de primer nivel en la plantilla.

La defensa es la de siempre, con la vuelta de Filipe Luis añadida. Aunque menos férreo  que de costumbre, el Atleti sigue encajando pocos goles. Arriba tenemos más dinamita que nunca, con cuatro delanteros de primer nivel, suponiendo que Jackson Martínez se parezca más a Falcao que al Tren Valencia, claro. Pero… el centro del campo, siempre el centro del campo.

Tras unos años de sobredosis de centrocampistas, este año hemos perdido a Mario Suárez y Raúl García. El medio centro, que parecía destinado por fin a Koke, con lo que de creatividad y nuevos recursos supone, ha acabado en manos de Tiago y Gabi como en las últimas temporadas. Jugadores de valor indiscutible, pero con menos juego y con un físico ya mermado por la edad. Tampoco ha habido un recambio claro para la magia de Arda y, con su perseverancia en un estilo basado en intensidad, presión y balones aéreos, que nos ha dado muchos triunfos pero que los rivales ya se conocen de memoria, parece que Simeone ha renunciado a la sorpresa.

Quizá se podrían aprovechar las múltiples opciones arriba para cambiar el estilo. El 4-3-3 que algunos aficionados proponen es, sin duda, la mejor estructura para el Barça, un equipo con tradición y jugadores de toque, pero no encaja muy bien con el contragolpe, marca de la casa del Calderón. El 4-5-1, además de un tanto rancio, tampoco funcionó contra el Benfica, ni en juego ni en resultado. Y de hecho, el Atleti puede jugar bien y ganar con un 4-4-2, como ya se ha demostrado.

Pero si los jugadores de creación, Koke y Oliver, quedan arrinconados en una banda, si los volantes carecen de velocidad y, no uno, sino los dos medios centros son de corte defensivo, parece que esta temporada nos vamos a aburrir soberanamente. Y ni siquiera por una buena causa, ganar campeonatos, habida cuenta de que todo equipo que no varía –conservando lo esencial- su estilo de juego acaba resultando previsible y por tanto desactivable. O mucho cambian las cosas o volveremos a los tiempos oscuros de hace 10 años. Al fin y al cabo, el aficionado atlético puede vivir sin títulos, pero no sin emoción.

miércoles, 22 de abril de 2015

¿A quién le comerá la tostada Ciudadanos?

Aunque es aconsejable no confiar ciegamente en las encuestas, sí parece cosa hecha el éxito de Ciutadans en su salto a la política estatal, previo rebranding. Sondeo tras sondeo, Cuitadans –ahora Ciudadanos- figura entre los cuatro primeros partidos del país en intención de voto, y a poca distancia de los otros tres. El último, el Índice de Opinión Pública de Simple Lógica, socio de Gallup en España, sitúa al partido naranja en cuarto lugar, con un 18% de intención de voto. Como la política, al igual que la vida, es un juego de suma cero, no hay que ser muy espabilado para darse cuenta de que esos votos vienen de alguna parte. Si Ciudadanos pasa de la nada al 18%, ¿quién sufrirá las consecuencias de este ascenso? ¿Quién, de haberlo, saldrá beneficiado?


Indudablemente, el gran perjudicado de la irrupción de Ciudadanos en el panorama político nacional es UPyD. Los de Rosa Díez comparten audiencia objetivo con los naranjitos: canis, miembros de ForoCoches, todos aquellos que piensan que todos los políticos son iguales, que odian a catalanes e inmigrantes por igual y sostienen que la solución a todos los males es eliminar las autonomías y los coches oficiales. Hasta ahora, el partido magenta se las prometía muy felices en sus planes de capitalizar ese voto que prefiere la demagogia a la ideología. Pero tras su fallida alianza con los de Albert Rivera, han visto cómo estos salían de Cataluña dispuestos a hacerse fuertes en todo el Estado. La importante cobertura mediática –casi siempre positiva- que ha tenido Ciudadanos y el controvertido perfil de Díez han dejado fuera de juego a UPyD en cuestión de semanas. 



Pero, además de UPyD, hay otros dos partidos que pueden sufrir una fuga de votos hacia Ciudadanos. Uno es el PP, otrora único representante del voto útil de la derecha, paladín del neoliberalismo y defensor de la sagrada unidad de España. Pero cuatro años de corrupción, promesas incumplidas y alguna traición que otra a sus votantes más ultras (v.g., el aborto) les han colocado en una posición de cierta debilidad, con el problema de que por primera vez hay una alternativa de voto seria. No estamos hablando de Falange ni de VOX, estamos hablando de una alternativa al bipartidismo, la segunda que sale en menos de un año, dicho sea de paso.  

Es precisamente esa otra alternativa la que tiene motivos para mirar con preocupación este fenómeno: Podemos. Como todo partido con vocación de gobierno que se precie, Podemos ha jugado la baza de la indefinición para atraer a cuantos más votantes mejor. Cualquiera que haya escuchado sus propuestas puede darse cuenta de que se trata de un partido de izquierdas, pero ha preferido aprovechar el discurso un tanto hueco del 15-M para ganarse a los indecisos, a los que pasaban de política hace cinco años y a los que no son “ni de izquierdas ni de derechas”. Así las cosas, Pablo Iglesias y los suyos se dirigen por igual al electorado progresista y comprometido, y al que no va más allá del “políticos ladrones” y el “yo soy español, español, español”.

La clave, a mi juicio, está en saber cuántos de los potenciales votantes de Podemos pertenecen al primer grupo y cuántos al segundo. Si los primeros son clara mayoría, el de la coleta no tiene de qué preocuparse. Pero si la cosa se acerca al fifty-fifty, o incluso se decanta del lado de los segundos, mejor que se vaya olvidando de ser el Tsipras español. Ciudadanos tiene un líder joven, un discurso (muy) moderadamente crítico con el sistema y, lo más importante, un apoyo incondicional en muchos medios. A Rivera y a Villacís nadie les va a investigar sus declaraciones de IVA ni les va a acusar de estar aliados con el maligno; de las cuentas de Nart en Suiza casi ni se habla. Y eso, en un país donde el común de sus súbditos sólo se cree lo que sale en la tele, significa mucho. Hay quien dice, incluso, que un sector de los medios, asustado ante el avance de Podemos, ha alimentado a Ciudadanos como alternativa sistémica al bipartidismo. Quizás sea mucho decir, pero el trato mediático no es ni de lejos equiparable.

En cuanto a Izquierda Unida, a priori no tiene nada que temer (ni que esperar). Por norma general, el electorado de IU es fiel, concienciado y comprometido (quizá por eso mismo son tan pocos). La fuga de votos ya la ha sufrido con Podemos y no es de esperar que un viejo militante que conserva sus ideales marxistas o un intelectual de izquierdas se dejen seducir por las palabras de Luis Garicano.

Queda un último actor: el PSOE. Mi siguiente argumento será, probablemente, el más discutible. Pienso que es el único beneficiado, aunque de soslayo, del auge de Ciudadanos. Naturalmente, estoy hablando de intención de voto, no de pactos poselectorales, y ahí volvemos a lo dicho: aparte de UPyD, los grandes perjudicados por Ciutadans –como les llama Cospedal- son el PP y Podemos; es decir, los principales rivales del PSOE.

¿Tiene importancia esto, más allá del “enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Creo que sí. El sistema electoral español favorece, como sabemos, a los partidos mayoritarios; concretamente, prima al más votado en cada circunscripción. Si PP y Podemos pierden votos con destino a Ciudadanos, el PSOE –que también conservaría el primer puesto en sus provincias- lograría además la mayoría en otras circunscripciones más disputadas, como consecuencia del debilitamiento de sus dos rivales. Esto sería especialmente pernicioso para Podemos, que no cuenta aún con feudos y que, a pesar de concentrar muchos votos en el conjunto del país, vería como ese apoyo no se traduce en un número equivalente de escaños. El primer avance lo hemos visto en las elecciones andaluzas, pero hasta noviembre todavía queda mucho y pueden pasar muchas cosas.

martes, 24 de marzo de 2015

Andalucía entera... como Mercasevilla

Hay dos Andalucías. Una es la Andalucía de los EREs falsos, del fraude en el PER, de las mordidas en Mercasevilla, del voto cautivo, del Bronx de las 3000 Viviendas, del 37% de paro, el cortijo –nunca mejor dicho- de los Chaves, Griñán y Díaz, de los jornaleros que votan a la –en palabras de Reincidentes- nueva oligarquía de señoritos travestidos de pana.

La otra es la Andalucía de la dignidad, de Sánchez-Gordillo haciendo realidad la utopía en Marinaleda, de los que no quieren limosnas sino pan y tierra, de Diego Cañamero detenido por defender los derechos de los trabajadores, de los astilleros de Cádiz en lucha, de la Casa Invisible.

 Hay también una Andalucía de analfabetos funcionales, de garrulos orgullosos de serlo, de ¡olé mi zeñorito! y de ¡vivan las caenas! La Andalucía de Sergio Ramos, vaya. Pero no nos olvidemos de que también existe la Andalucía de Blas Infante, la de Luis García-Montero, la de Narco y la FRAC.

 Desafortunadamente, la mayoría de andaluces que conozco pertenecen a la primera, salvo honrosas excepciones. No sé por qué, tenía la esperanza de haber tenido mala suerte, de que los hombres y mujeres dignos e inteligentes son mayoría allí abajo. Pero temo que me equivoqué.

El domingo se enfrentaban ambas Andalucías en las décimas elecciones autonómicas de su historia. Lo nuevo frente a lo viejo. Lo racional frente a lo irracional. La dignidad frente a la subvención y el mamoneo. Y ganó lo de siempre. Viejos parches para nuevos, y decisivos, desafíos. Marinaleda es Marinaleda, pero Andalucía vota en masa a los mismos que le han robado durante 35 años en Sevilla y a la versión local de los que la machacan en Madrid.


Para estas cosas siempre hay explicaciones de todo tipo. El pasotismo, el conformismo, la desinformación, el miedo a que gobierne alguien peor. Pero con un panorama político mucho más abierto, la disyuntiva no era ya PSOE o PP. Y sobre la abstención pasiva o el conformarse con lo que hay, prefiero no opinar…

Pienso al final que en un lugar –autonomía, pueblo, ciudad o nación- gobernado por ladrones e incompetentes, los que les siguen votando sólo pueden hacerlo por dos razones. Una, porque ellos también pillan y, por tanto, les conviene que todo siga igual. Defínanlos ustedes como quieran. Otra, porque aunque a ellos también les roban, les parece cojonudo. La ceguera del fanático o, peor, el “mejor que me roben los míos a que me roben los otros”. Dejo también en sus manos el calificativo.

Por uno u otro motivo, la mayoría de andaluces ha votado más de lo mismo. Podría decir para conformarme que a medida que vas bajando hacia el Sur, va descendiendo el grado de civilización. Pero, además de lo injusto que sería con muchos andaluces –minoría, pero muchos aun así-, tiene toda la pinta de que en el centro –Madrid- y en el este –Valencia- pasará lo mismo con el PP dentro de un par de meses, así que mejor me callo.

jueves, 12 de febrero de 2015

Clásicos del punk: Sham 69

Hace tiempo, publicaba una reseña de una de las bandas míticas del punk estadounidense: los californianos Bad Religion. Brett Gurevitz y compañía fueron un referente del renacer del estilo a principios de los 90 y, poor tanto, se han ganado un puesto en la historia del punk. Hoy toca recordar a una banda menos conocida para el gran público, pero que también tuvo su importancia una década antes en Inglaterra, cuando el punk era menos melódico y más político. Hablamos de los Sham 69.


 Sham 69 fue uno de los grupos de punk ingleses más importantes de finales de los 70 y principios de los 80, la era mítica del punk. La historia de los Sham 69 comienza cuando, en 1977, el cantante Jimmy Pursey decide formar un grupo de música que fuera portavoz de los chavales de la working class. La idea de Pursey era, más o menos, que su música uniera a todos ellos en torno a un ideal de justicia y tolerancia. Idea reflejada en su himno If The Kids Are United (they will never be defeated).

Su primer single, I Don´t Wanna, una típica canción punk de menos de dos minutos, pero en la que se aprecia una habilidad en el manejo de la guitarra y ciertos pasajes melódicos de los que -por poner un ejemplo significativo- los Sex Pistols carecían, resulta un éxito. Además, saltan a la fama cuando son detenidos por celebar un concierto en el tejado del Vortex Club de Londres. Gracias a esta popularidad, la multinacional Polydor Records se fija en ellos y les ficha, abandonando así el sello Step Forward.

Después de Borstal Breakout, el primer single que sacan con Polydor, Sham 69 inicia una carrera hacia la cima del punk inglés. Single tras single, Angels with Dirty Faces, If The Kids Are United, Hurry Up Harry, Questions and Answers o Hersham Boys, su estilo de punk futbolero, con letras sencillas y directas, y la carismática e hiperactiva figura de Jimmy Pursey atraen a una legión de fans por todos sus conciertos en el Reino Unido.

Pero la fama y el éxito, como bien saben muchas otras bandas, no son garantía de gloria eterna. Los chavales que asisten a sus conciertos deciden emplear éstos como campo de batalla para resolver sus diferencias... a golpes. Las peleas se transforman en tumultos, los llamamientos de Pursey a olvidar sus diferencias para hacer frente a un enemigo común que les condena a una existencia sin salida degeneran en excusas para exhibiciones de violencia gratuita, y Sham 69 pasa a ser considerado el grupo violento por antonomasia. Desilusionado por el fracaso de su ideal y enfrentado a su discográfica, Jimmy Pursey decide disolver la banda, a finales de 1979.

Después de la separación, intentan formar un supergrupo punk con los ex Sex Pistols Steve Jones y Paul Cook llamado The Sham Pistols. Pero la nostalgia por ambos grupos no da para tanto, y la nueva banda queda en un proyecto con bastante más pena que gloria.

Aunque poco después, a principios de 1980, los Sham 69 se refundan y vuelven a la tralla. Lanzan un recopilatorio de sus temas más famosos, The First, the Best and the Last, y emprenden una gira europea. Pero los tiempos habían cambiado, el punk se había transformado en new wave y la cockney people votaba a Margaret Thatcher. Ya no era el momento para un grupo punk y viendo el escaso impacto sobre el público, Sham 69 decide separarse a finales de 1980.

Aún hay un tercer fin de la historia. En 1987, Pursey retoma la banda con el guitarrista original Dave Parsons y una sección rítmica renovada. Las formas evolucionan un poco y hay más arreglos, aunque el espíritu sigue inalterado. Pero, de manera similar a lo que le sucede a Joe Strummer con Los Mescaleros, la era de Pursey y Sham 69 había pasado y su lugar estaba en la memoria de los antiguos punks y en la influencia que pudieran ejercer sobre los nuevos, no en un escenario. Así, Sham 69 quedará como un ejemplo del punk político de la escuela europea, eclipsado ahora por el rollo cool de The Buzzcocks y las veleidades pijo-poperas de los Hives.

viernes, 30 de enero de 2015

Pagar por trabajar

Antes de nada, quiero dejar claro que me encanta mi profesión. Con todas sus cosas malas, el periodismo es el trabajo de mi vida, lo que más me gusta y lo que mejor sé hacer.

No obstante, no puedo ignorar que es una profesión sobrevalorada. Aún me hace cierta ilusión cuando le digo a alguien a qué me dedico y este me responde: “qué chulo”, “cómo mola”, “es mi vocación frustrada” o cosas por el estilo. Pero a veces veo que la imagen del periodismo está marcada más por el mito que por el conocimiento.

En principio, esto podría darme igual. Pero uno acaba harto de que, sobre todo cuando dices que cubres acontecimientos culturales, recibas respuestas del tipo: “vaya morro, comiendo canapés y tomando gin-tonics en las presentaciones” o “vas a los conciertos por la cara”. Para algunos, parece que el periodismo cultural consiste en estar todo el día de juerga, atiborrándote de pinchos, viendo a las bandas en primera fila y emborrachán dote por la patilla. No negaré que gracias a mi trabajo he visto a bandas de las que de otra forma no habría disfrutado jamás, ni que si en un festival o presentación hay bebida y pinchos los consumo sin problemas, pero al día siguiente, mientras el común de los mortales duerme la resaca, yo me tengo que currar una crónica, a veces de un tema que no me interesa lo más mínimo, pero al público sí. Y lo hago tenga ganas o no, igual que cualquier trabajador; en eso el periodismo es como cualquier otra profesión, no es un hobby.

Supongo que algo similar pasará con el resto de las profesiones creativas, diseñadores, fotógrafos, etcétera. Lo interesante o divertido del trabajo, el glamour o la envidia que lo rodean a veces tapan lo esencial: que somos trabajadores, como un fontanero o un frutero, ni mejores ni peores.

¿A qué viene todo esto? A que, debido a esa imagen de que nuestras profesiones molan o directamente son un chollo, muchos piensan que el placer de trabajar ya es suficiente recompensa. Lo piensa gente ajena al mundillo, que por lo visto no se ha parado nunca a pensar que los periodistas también vivimos en una casa, pagamos la luz y compramos comida y ropa, y que eso no nos lo dan por la cara. Y, lo que es más grave, lo piensa gente que conoce perfectamente la situación.

Lo que piensen los demás, aunque pueda resultar a veces ofensivo, en realidad importa poco. Pero cuando este pensamiento se instala –imagino que interesadamente- entre aquellos que tienen un poder económico sobre los profesionales de la información, se convierte en un problema muy serio. Así –aunque también hay que añadir otros factores como la crisis- se explica que haya no sólo becarios trabajando gratis o por salarios de miseria en medios de comunicación. “Encima de que estás haciendo lo que te gusta no pretenderás que te paguemos una pasta”, parecen decir los empresarios.


Y no sólo los empresarios de la prensa opinan así. El año pasado, al solicitar información sobre las acreditaciones de prensa para cubrir el Primavera Sound, descubrí con alarma que los profesionales no sólo debían acreditar su intención efectiva de informar sobre el festival, sino además soltar 50 euros. Un precio barato si lo comparábamos con los 220 que costaba el abono para el público, decían algunos, obviando lo más importante: al ingresar esos 50 euros en la cuenta del Primavera Sound estabas pagando por trabajar. Indignado, decidí no pedir la acreditación. Muchos otros sí lo hicieron. Comprendo que para un medio grande, esos 50 euros son calderilla y la idea de pagar por trabajar tampoco les debe de sonar tan mal a sus propietarios.

La historia casi se me había olvidado cuando, hace una semana, leía en Diagonal que la organización del Primavera Sound busca estudiantes de máster para trabajar por 2,56 euros a la hora. El puesto es de controlador del sistema de recogida selectiva, pero el principio es el mismo: a cambio de trabajar, aunque sea temporalmente, en un festival, evento o empresa de renombre, el sufrido currito debe aceptar que su sueldo no le llegue ni para un par de minis. Trabajar se convierte en un fin, no un medio de vida, y así se explica que salarios de miseria o directamente pagar por trabajar se vean como algo natural. La industria de los festivales le muestra el camino al nuevo capitalismo.