viernes, 27 de agosto de 2010

El amanecer de los 'góticos fanegas'

Se las prometían muy felices los seguidores de la onda gótica-siniestra-vampírica hace unos pocos años cuando la moda, ese ciclo que siempre vuelve, volvió a colocar en el imaginario mediático ese submundo de lágrimas, sangre, oscuridad y seres fantásticos que a tantos fascina.

Una vez abierto el camino por Marilyn Manson, bandas menos radicales como Evanescence y Nightwish arrasaron en los festivales, películas hasta entonces de culto salieron de las catacumbas e incluso la literatura fantástica, considerada hasta entonces cosa de frikis (aunque en nuestro país toda la literatura parece cosa de frikis, ya que aquí ni dios lee), asaltó la gloria de los best-sellers.

Los supervivientes de la ola oscura de los 80 y los góticos de gabardina de cuero y botarras en pleno mes de agosto desconfiaban de esta resurrección gótica, achacándola a una moda pasajera y desdeñando a sus seguidores como advenedizos o ‘góticos de palo’, también llamados ‘góticos fanegas’ (los no pertenecientes a la secta Muchachada Nui, absténganse de leer este último chiste).

Para los que somos amantes, pero no practicantes, de la cultura gótica, este boom, en cambio, parecía una oportunidad de contactar con gentes afines, con fans de Clan of Xymox y de Edgar Allan Poe que no renegaran de otras manifestaciones culturales más luminosas. Pero los tiros no iban por ahí.

Deberíamos habernos dado cuenta, con el pelotazo de la saga Crepúsculo, de que este revival no era para tanto. Los punkis ya habíamos vivido algo similar a mediados de los 90, y los raperos a principios de milenio. Aplastada la creatividad por la presión de las cuentas de resultados, editoriales, discográficas y productoras tiran de modas pasadas o de culturas minoritarias para fabricar productos que se vendan como churros durante un par de años antes de caer en el olvido. La calidad, a la altura de la autenticidad. Si alguien duda de esta última afirmación, puede probar a escuchar cualquier tema de My Chemical Romance precedido de uno de Bauhaus, o leer una obra de Anne Rice a continuación de Luna Nueva y hacer la comparación correspondiente.

Así que, como tantas otras cosas, la pretendida nueva ola siniestra ha quedado más en una de tantas modas pasajeras que en otra cosa. Ni siquiera ha servido para atraer a un público más mayoritario al ambiente gótico.

El cierre de la sala Darkhole a finales de agosto parece a priori un contrasentido. ¿Una discoteca dedicada a los sonidos oscuros que cierra en plena fiebre gótica? Todo hacía pensar que los nuevos fans de los vampiros y la ropa negra se acercarían en masa, aunque sólo fuera por curiosidad, a una de las pocas salas siniestras de Madrid, que además no se caracteriza precisamente por su integrismo.

Pero ni aun así. Ni ‘góticos-de-verdad’, ni neogóticos, ni nada. El culto a la oscuridad concluye cuando se pasa la última página de Amanecer o cuando Bullet for my Valentine tocan el último bis. Y a otra cosa. Los amantes de Sisters of Mercy y Joy División nos quedamos un poco huérfanos, los fans de Tristania y Lacrimosa probablemente no derramarán lágrimas de sangre, y en cuanto a los que ahora flipan con las aventuras de Bella Swan con notas de Within Temptation de fondo, más les vale disfrutar de su momento, antes de que la industria cultural dictamine que lo siniestro ya no está de moda y que vuelve la luz, aunque sea en forma de Lady Caca.

jueves, 12 de agosto de 2010

Panem et futbolenses


Supongo que todo el mundo, en algún momento, ha parafraseado a Marx diciendo que el fútbol, y no la religión, es el verdadero opio del pueblo. En esas ocasiones, tiendo a defender este maravilloso deporte argumentando que, como cualquier otro producto cultural (entendiendo cultura en sentido amplio y no limitándola a las nueve bellas artes), el fútbol puede ser utilizado como instrumento de alienación, sí, pero también como medio de expresión colectiva, de liberación o de disfrute corriente y moliente. Sin contar con que jugadores como Forlán, Van Basten o Zidane han hecho felices a muchas personas, mientras que el común de los dirigentes políticos se limita a organizar guerras, recortar derechos y prohibirnos cosas.
Digo todo esto para que ninguno de los lectores de este blog me tache de intelectual progre-guay-antifutbolero. Pero mi pasión por el fútbol no me impide indignarme ante la utilización tan descarada como idiotizadora de los logros de (Reincidentes
dixit) “nuestra jodida Selección”. Asqueado estoy de ver que en pleno torbellino de crisis económica, pérdida de derechos sociales y extensión de injusticias de todo tipo, sólo un gol de un enano paliducho (al que, dicho sea de paso, admiro sobremanera) puede movilizar al grueso de la población española.
En estas circunstancias, no me sorprendió encontrar un artículo del
New York Times previo al Mundial de Sudáfrica en el que ya se advertía de la tendencia del Gobierno de Zapatero a utilizar el 'furbol', concretamente el combinado nacional, como cortina de humo, anestésico y antidepresivo que libre al pueblo de la percepción (que no de las consecuencias) de la crisis y las lesivas medidas gubernamentales que todos conocemos (despido libre, jubilación a los 67 años, planes de privatización de las cajas...).
No es una política nueva, y menos en España. Durante décadas, el régimen del Generalísimo Franco fomentó, para luego utilizarlos, los éxitos deportivos del club de su compinche Santiago Bernabéu. Copa de Europa tras Copa de Europa (en las que el Real Madrid tenía al principio la participación asegurada, ya que las Ligas se ganaban entonces por decreto), las celebraciones
merengues eran motivo de orgullo patrio (el que lo prefiera puede leer 'patriotero') y sedante para las preocupaciones cotidianas y no tan cotidianas de los españoles de los 50 y 60, que no disfrutaban de la holgura económica ni de las libertades que sí poseían los hinchas del Liverpool FC o el Borussia de Moenchengladbach, aunque qué más daba.
Y qué decir del gol de Marcelino a Rusia (entonces se llamaba la URSS, pero aquí nunca se ha entendido mucho de Geografía) en la Eurocopa del 64, primer triunfo de la furia, frente a las hordas bolcheviques, además. En Argentina, Videla y sus
milicos organizaron un Mundial, el del 78, que además ganaron de forma harto sospechosa, para distraer al personal mientras los opositores practicaban otro deporte menos saludable, el salto sin paracaídas sobre las aguas del Atlántico. No hemos cambiado, ni el pueblo ni los gobernantes, en medio siglo. Para probarlo, basta con retroceder un mes en la memoria.