viernes, 20 de junio de 2014

Auge, caída y secuestro de la Roja

Los que sean muy jóvenes no recordarán que, entre las Eurocopas del 84 y del 2008, la selección española de fútbol fracasaba campeonato tras campeonato. Con más brillo en algunos (EEUU ’94 o Inglaterra ’96) o arrastrándose en otros (Holanda ‘2000), la selección pasaba por los campeonatos con más pena que gloria hasta, como mucho, caer en cuartos de final.

   Ya en los 90 las categorías inferiores empezaban a despuntar, como en los Juegos Olímpicos de Barcelona ’92 o el Mundial Sub-20 del 99. Pero cuando le llegaba el turno a la absoluta, esta repetía el guión de siempre: fracaso tras fracaso. Algunos periodistas se preguntaban cómo siendo tan buenos en la cantera, nos la pegábamos sistemáticamente con los mayores. Supongo que no reparaban en que las selecciones inferiores las componían los mejores futbolistas de su edad, del Espanyol, del Atleti, del Racing, del Barça, del Madrid, del Valencia, sin importar su equipo o su origen. Iban los mejores y punto. Y ganaban, o hacían un muy buen papel.

   Pero cuando a esos chavales les llegaba la hora de subir a la absoluta, las vacas sagradas (Hierro, Cañizares, Raúl) se encargaban de cerrarles el paso. La Selección, así con mayúsculas, era su cortijo y sólo entraban quienes ellos querían, normalmente para quedarse en el banquillo, no fueran a hacerles sombra, con la aquiescencia de seleccionadores como Camacho y el aplauso de sus palmeros mediáticos.

   Así  hasta que llegó al banquillo de la selección un ganador, un tío al que sólo le importaba “ganar, ganar y volver a ganar”. Y como su amplia experiencia le dictaba, para ganar hay que poner a los mejores. Tras un fallido intento de consenso con la vieja guardia, Luis Aragonés puso a quienes tenía que poner: los centrocampistas del Barça y el delantero centro del Atlético. El resultado ya lo conocemos: palos desde todos los lados, insultos varios (pronunciados por algunos que ahora repiten la palabra “respeto” como un mantra) y una Eurocopa de 2008 en la que España asombró al mundo y se hizo con el título.



   Como agradecimiento a los servicios prestados, Luis recibió el aplauso público de Casillas y una patada en el culo de Villar. Le sustituyó un tipo que también sabía algo de pasar de la gloria al paro, pero que ahora disfrutaba de la situación desde el otro lado de la barrera. Del Bosque –más gestor que entrenador, como ya demostró en el Madrid de los galácticos- se limitó a no menear el invento y a introducir novedades imprescindibles, como Busquets y Pedro, integrantes significativos del Barça de los 6 títulos. Así, con la base de Luis y los descubrimientos de Guardiola, ganó un Mundial y una Eurocopa (una, no dos como dicen ahora sus defensores, quitándole un título a una persona que además ha fallecido y no puede contestarles, en una muestra de ignorancia y de miseria moral).

   Pero el tiempo fue pasando y algunos de los que eran los mejores del mundo empezaron a declinar. Y volvieron los vicios del pasado: jugadores intocables, falta de autocrítica, amiguismo… Un suplente en su equipo tenía la plaza (y la titularidad) garantizada en la selección, un campeón de Copa y Europa League no llevaba ningún jugador a las convocatorias, el cortijo otra vez. 

   Y llegó lo que tenía que llegar. De modo más estrepitoso y antes de lo esperado, pero no por ello menos comprensible. Dos partidos, dos derrotas y a casa. Tras el ridículo, se habla de renovación. Pero no todos entienden renovación de la misma manera. Los que hace no mucho ladraban: “quiero que gane la selección pero me jode que ganen los del Barça” afilan la guadaña que llevaba guardada seis años, envuelta en hojas del Marca.

   Aprovechando la retirada anunciada de la selección de Xavi, se lanzarán a machacar al mejor jugador de la historia de España y, de paso, tomar a Piqué, Busquets, Jordi Alba y, como se descuide, Iniesta como chivos expiatorios. Puede que Cesc –ya ex del Barça- y Torres –ex del Atleti- tampoco se libren. Y así tendrán la excusa para secuestrar la selección otra vez, como en los tiempos de Miera y Camacho, con la mitad más uno –como mínimo- del once titular copada por jugadores del Madrid. Casillas –y sus posturas más propias de Rebeca Linares (salvando muchas distancias) que de un portero internacional-, carvajal,  Ramos y sus cantes, Xabi Alonso con 45 años, Isco, Jesé y Morata, aunque esté cedido en el Conquense. De la Selección de todos al cortijo de los de siempre. Y pasarán otros 25 años cayendo en cuartos y echando la culpa a los del Barça, a los del Atleti y al árbitro. Menos mal que siempre nos quedará Uruguay.