viernes, 30 de enero de 2015

Pagar por trabajar

Antes de nada, quiero dejar claro que me encanta mi profesión. Con todas sus cosas malas, el periodismo es el trabajo de mi vida, lo que más me gusta y lo que mejor sé hacer.

No obstante, no puedo ignorar que es una profesión sobrevalorada. Aún me hace cierta ilusión cuando le digo a alguien a qué me dedico y este me responde: “qué chulo”, “cómo mola”, “es mi vocación frustrada” o cosas por el estilo. Pero a veces veo que la imagen del periodismo está marcada más por el mito que por el conocimiento.

En principio, esto podría darme igual. Pero uno acaba harto de que, sobre todo cuando dices que cubres acontecimientos culturales, recibas respuestas del tipo: “vaya morro, comiendo canapés y tomando gin-tonics en las presentaciones” o “vas a los conciertos por la cara”. Para algunos, parece que el periodismo cultural consiste en estar todo el día de juerga, atiborrándote de pinchos, viendo a las bandas en primera fila y emborrachán dote por la patilla. No negaré que gracias a mi trabajo he visto a bandas de las que de otra forma no habría disfrutado jamás, ni que si en un festival o presentación hay bebida y pinchos los consumo sin problemas, pero al día siguiente, mientras el común de los mortales duerme la resaca, yo me tengo que currar una crónica, a veces de un tema que no me interesa lo más mínimo, pero al público sí. Y lo hago tenga ganas o no, igual que cualquier trabajador; en eso el periodismo es como cualquier otra profesión, no es un hobby.

Supongo que algo similar pasará con el resto de las profesiones creativas, diseñadores, fotógrafos, etcétera. Lo interesante o divertido del trabajo, el glamour o la envidia que lo rodean a veces tapan lo esencial: que somos trabajadores, como un fontanero o un frutero, ni mejores ni peores.

¿A qué viene todo esto? A que, debido a esa imagen de que nuestras profesiones molan o directamente son un chollo, muchos piensan que el placer de trabajar ya es suficiente recompensa. Lo piensa gente ajena al mundillo, que por lo visto no se ha parado nunca a pensar que los periodistas también vivimos en una casa, pagamos la luz y compramos comida y ropa, y que eso no nos lo dan por la cara. Y, lo que es más grave, lo piensa gente que conoce perfectamente la situación.

Lo que piensen los demás, aunque pueda resultar a veces ofensivo, en realidad importa poco. Pero cuando este pensamiento se instala –imagino que interesadamente- entre aquellos que tienen un poder económico sobre los profesionales de la información, se convierte en un problema muy serio. Así –aunque también hay que añadir otros factores como la crisis- se explica que haya no sólo becarios trabajando gratis o por salarios de miseria en medios de comunicación. “Encima de que estás haciendo lo que te gusta no pretenderás que te paguemos una pasta”, parecen decir los empresarios.


Y no sólo los empresarios de la prensa opinan así. El año pasado, al solicitar información sobre las acreditaciones de prensa para cubrir el Primavera Sound, descubrí con alarma que los profesionales no sólo debían acreditar su intención efectiva de informar sobre el festival, sino además soltar 50 euros. Un precio barato si lo comparábamos con los 220 que costaba el abono para el público, decían algunos, obviando lo más importante: al ingresar esos 50 euros en la cuenta del Primavera Sound estabas pagando por trabajar. Indignado, decidí no pedir la acreditación. Muchos otros sí lo hicieron. Comprendo que para un medio grande, esos 50 euros son calderilla y la idea de pagar por trabajar tampoco les debe de sonar tan mal a sus propietarios.

La historia casi se me había olvidado cuando, hace una semana, leía en Diagonal que la organización del Primavera Sound busca estudiantes de máster para trabajar por 2,56 euros a la hora. El puesto es de controlador del sistema de recogida selectiva, pero el principio es el mismo: a cambio de trabajar, aunque sea temporalmente, en un festival, evento o empresa de renombre, el sufrido currito debe aceptar que su sueldo no le llegue ni para un par de minis. Trabajar se convierte en un fin, no un medio de vida, y así se explica que salarios de miseria o directamente pagar por trabajar se vean como algo natural. La industria de los festivales le muestra el camino al nuevo capitalismo.